El Zoom bombardeo llega a la literatura

Te contamos qué es el zoom bombardeo: un problema que afecta el terreno de las telecomunicaciones desde hace tiempo pero que ha alcanzado recientemente el mundo de la literatura.

Afortunadamente, en los últimos años las escritoras cada vez van teniendo más cabida en el mundo de la literatura. Sin embargo, la ultraderecha no se queda quieta. Tanto es así que en las últimas semanas han llegado a mis oídos varias historias de presentaciones virtuales en las que los invitados han sido acosados por sectores radicales, imponiéndoles el visionado de imágenes violentas y de carácter intimidante. Dos de ellas, vividas por dos escritores a los que admiro: Mónica Ojeda y Javier López. Dos conversaciones en torno a feminismo y animalismo respectivamente. En ambos casos, tuve que suspenderse la sesión. Es un hecho cada vez más común y, dada su relevancia y su violencia, me ha parecido pertinente hablar de este tipo de acosos.
 

¿En qué consiste el zoom bombardeo?

Aunque se lo denomina más comúnmente con la voz anglosajona, zoom bombing, vamos a referirnos a él con la terminología de nuestro idioma. Se trata de un tipo de violencia que se ha vuelto muy frecuente en los últimos meses a raíz de la situación pandémica que ha provocado un uso mayoritario de los medios telemáticos de comunicación.

El Zoom bombardeo es un tipo de ciberacoso que tiene como objetivo intimidar a los integrantes de un grupo con imágenes violentas. Consiste en una intromisión por parte de odiadores con habilidades cibernéticas, para interferir en una comunicación y obligar a todos los conectados a observar imágenes de violencia con mensajes amenazantes de fondo. Violencia racista, machista, antisemita o especista, son los tipos de imágenes que suelen imponerse en la comunicación. Como es un ataque cibernético, las personas que están actuando en esa conexión no pueden hacer nada para impedirlo y, generalmente, deriva en el cierre de la sesión.

El término ha sido acuñado tomando el nombre del programa de videoconferencia más popular de los últimos años, Zoom, y el término «bombardeo» (acosar o abrumar a alguien).

A raíz de la pandemia de COVID-19 y de la reclusión obligatoria que hemos experimentado todos (teniendo que quedarnos en nuestras casas para evitar la propagación del virus), se hizo imprescindible el uso de programas de telecomunicaciones, para nuestras relaciones personales, el trabajo y el estudio. Las videoconferencias se popularizaron totalmente y fueron la tabla de salvación para poder continuar con nuestras responsabilidades y nuestras pasiones.

Pero lo que tuvo de positivo (permitirnos mantenernos activos a pesar de estar en cuarentena) también tuvo sus consecuencias (el aprovechamiento de los sectores radicales para imponer su mirada unidimensional de la vida). El acoso sufrido en el trabajo y en la escuela se transfirió a los hogares: lo que provocó que muchas vidas fueran realmente insoportables. El zoom bombardeo es mucho más peligroso de lo que a simple vista puede parecer.

Es una estrategia que sirve para intimidar a los que quieren cambiar la realidad, imponiéndoles imágenes que traen una amenaza de fondo. En el ámbito escolar, por ejemplo, las personas diferentes de las clases fueron fotografiadas a través de la pantalla y con sus imágenes se crearon memes para reírse y burlarse de ellas.

Aunque desde Zoom aseguran estar tomando medidas para ofrecer una mayor seguridad en el servicio, no siempre pueden conseguirlo y en muchas telecomunicaciones los odiadores consiguen interferir y dañar a los participantes con imágenes terribles y amenazantes.

Se trata de un secuestro de la sesión por parte de usuarios desconocidos, y anónimos, que consiguen hacerse con el control de la sesión, para mostrar imágenes lascivas, obscenas o de violencia racista o antisemita. El anfitrión no tiene otra alternativa que cerrar la sesión compartida.

La violencia

En el mundo de la literatura hispanohablante también se ha sufrido del zoom bombardeo. Tanto es así que, recientemente en una sesión de abrazo feminista, en el que la autora Mónica Ojeda dialogaba con Cristina Rivera Garza, hubo una interrupción en la que varios usuarios anónimos comenzaron a compartir imágenes de mujeres brutalmente asesinadas. La autora de Las voladoras (Páginas de Espuma) y Mandíbula (Candaya) contó la experiencia a través de su cuenta de Twitter. No he podido citarla aquí, porque he intentado contactar con ella sin éxito. Pero si la sigues en Twitter, es información pública.

Otro caso tuvo lugar esta misma semana cuando el escritor Javier Morales entrevistaba a Ernesto Hernández Busto a raíz de la publicación de su libro Cerdos y niños (Interzona). La sesión fue secuestrada y sobre todas las pantallas aparecieron imágenes de crueldad animal y violencia machista. La sesión tuvo que cerrarse al público, aunque el diálogo siguió y va a poder verse en YouTube.

Con Javier Morales he podido hablar sobre lo ocurrido y, con su permiso, comparto lo que el autor de El día que dejé de comer animales (Sílex Ediciones) y profesor en la Escuela de Escritura de Clara Obligado, comparte en su cuenta de Facebook.

poem

En ambos casos se trataba de denunciar la violencia impuesta, sobre las mujeres y los animales. Creo que no hay mucho más que decir.



Debes estar registrad@ para poder comentar. Inicia sesión o Regístrate.