Las rutinas de escritura más singulares de autores reconocidos (II)

Para poder darle forma a algunas de las más grandes obras de la literatura universal de todos los tiempos sus autores han seguido unas rutinas de escritura muy concretas y singulares.

En un artículo anterior te dimos a conocer varios de esos hábitos de trabajo de autores reconocidos y hoy queremos ampliarte la lista con estos otros:

  • La escritora australiana Kate Morton, responsable de novelas tales como El jardín olvidado (2008) o El último adiós (2015), tiene dos manías muy claras a la hora de trabajar. En primer lugar, antes de empezar una obra realiza esquemas de la misma en cuanto a personajes y tramas para así no dejarse ningún aspecto suelto. En segundo lugar, cada novela la escribe en una habitación distinta de su casa.

  • Una de las plumas más estrictas en cuanto a hábitos de trabajo que existen es el autor británico Ken Follet, autor de Los pilares de la Tierra (1991) y La caída de los gigantes (2010). En concreto, él se levanta temprano para desayunar y ponerse a escribir. Su horario de trabajo concluye a las cuatro de la tarde.

  • El dramaturgo estadounidense Arthur Miller, que nos ha legado obras tales como Muerte de un viajante (1949) o Las brujas de Salem (1953), escribía siempre por la mañana. Eso sí, después de hacerlo, se dedicaba a romper todo lo que había hecho y lo que permanecía en perfecto estado era lo que utilizaba para seguir escribiendo.

  • Dan Brown, que ha conseguido un gran éxito internacional con novelas tales como El código da Vinci (2003) o Ángeles y demonios (2000), cuenta con unas rutinas muy estrictas de trabajo. Así, a diario se levanta a las cuatro de la mañana, se cuelga boca abajo para estirar la espalda y comienza a escribir. Eso sí, cada hora se detiene para realizar unas cuantas flexiones.

  • El autor estadounidense Jonathan Franzen, creador de Las correcciones (2001), para concentrarse sigue un singular ritual: se encierra en la habitación de trabajo con las luces apagadas, las persianas bajadas, los ojos tapados y tapones en los oídos.

  • Ernest Hemingway, autor de Adiós a las armas (1929) o Por quién doblan las campanas (1940), siempre escribía por la mañana porque consideraba que la temperatura que hace en ese momento es más agradable y porque se tiene la mente más despejada. Escribía y escribía hasta que llegaba un punto en el que sabía cómo iba a continuar la historia. Entonces, en ese punto decidía dejarlo.

  • Frank Zafka, responsable de La metamorfosis (1915) y El proceso (1925), siempre escribía por la noche, pasadas las once y lo hacía hasta las dos o tres de la mañana.

  • El novelista francés Honoré de Balzac, autor de La muchacha de los ojos de oro (1835), se acostaba a las seis de la tarde y se levantaba a la una de la madrugada para escribir. Para poder hacerlo durante varias horas recurría a tomar hasta cincuenta tazas de café diarias, o eso dice su leyenda.

¿Singulares rutinas de trabajo, no?



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