«Qué mundo tan maravilloso», de Lola López Mondéjar —Editorial Páginas de Espuma—


Llevo más de siete años en Málaga y aún no he visitado el Dolmen de Menga. Me han hablado tanto de él, he leído tantas cosas impresionantes que me asusta hacer ese viaje. He estado en Antequera, pero no me he atrevido a visitar ese sepulcro por miedo. Porque las cosas cuando las encaramos con nuestros propios ojos pierden toda esa magia que imaginación y voces le aportaban, y nuestro mundo interior se rompe un poco. Sobre esta idea se mueven algunos de los cuentos de «Qué mundo tan maravilloso» de Lola López Mondéjar (Páginas de Espuma). Un libro punzante que les deseo.
 
 

Pensar con el corazón o la soledad de la mujer

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«Qué mundo tan maravilloso» de Lola López Mondéjar nos presenta un conjunto de relatos que versan en torno a la forma en la que cada uno lleva como puede su naturaleza mortal. Mondéjar atraviesa con acierto diferentes momentos históricos y construye un libro que se nutre de la sangre de los muertos, de los sacrificados, de los suicidas y de los que ya no están para convertirse en una reflexión amplia sobre lo que duele y lo que nos importa.

He comenzado mi lectura hablando del Dolmen de Menga, ese fascinante monumento neolítico ahora más de los turistas que de los viajeros, porque ese primer cuento —«Si empezásemos a pensar con el corazón»— es fascinante: mi favorito sin lugar a dudas; que entre otras cosas me ha obligado a repensar esa estúpida decisión de la que hablaba antes, afincada en el miedo y en el pueril deseo de que las cosas se mantengan intactas. Creo que es en sí mismo toda una manifestación de principios: la idea de que debemos reflexionar no sólo sobre lo que ha sucedido sino sobre quiénes han narrado los hechos. De forma sutil Mondéjar nos permite observar el silencio y la soledad de la mujer a lo largo de la historia; el trabajo arduo de parir, criar, sembrar y la forma en la que durante siglos han muerto (y siguen haciéndolo) las mujeres. La sombra siempre trepando sobre la experiencia y anidando en el corazón de las que han sabido amar y vivir cueste lo que cueste. El olvido inexorable de la historia sobre nosotras, como si fuésemos eslabones prescindibles de una historia que no habría sido posible sin las Mengas, las Martas, las Marisas.

La autora se permite contar la historia de tres mujeres en tiempos diferentes y muy lejanos que no se precisan (quizás por restarle importancia a la línea temporal dictada por los hombres). Una familia nómada camina sin césar; después de días de marchar la mujer descubre una cueva y entiende que es el sitio adecuado para dar a luz (y a solas atravesará el camino de dolor del parto). Una mujer aquejada de lepra transcurre sus últimos días en la más absoluta soledad y piensa en la muerte. Una mujer de nuestra era, pintora, visita el escenario que pisaron esas otras mujeres y se pregunta por la inutilidad de la vida, también en soledad. La soledad frente al mundo de los hombres y el escenario (la Cueva de Menga) son los dos elementos imperturbables que atraviesan la experiencia de estas mujeres.

Se nos permite también una reflexión en torno al lugar de la mujer en la historia, que es escrito por el hombre. Sus méritos que son borrados por esa capacidad cruel de sus compañeros de concentrar toda la atención y el poder. La mujer como una sombra que pare en la oscuridad, que educa a los hijos en silencio, que construye una cultura y la transmite a sus hijos, sin recibir por ello su recompensa: la memoria histórica del pueblo.

Y siguiendo en esta línea, en torno a la cual se construyen muchos de los relatos nos encontramos con la violencia que socava nuestras ansias de independencia. El leviatán, ese inmenso monstruo que nos reprime y quiere hacer de nosotras sombra de los otros.

Sobre la violencia y el asesinato de mujeres (contra los que los sistemas judiciales no hacen nada; contra los que el mundo no se rebela lo suficiente) hay un relato maravilloso que se llama «El esqueleto de las ballenas», y que trata sobre la relación materno-filial y los miedos que la circundan; los cuales se encuentran a su vez atravesados por la violencia machista, siempre dispuesta a despellejarnos. Y he recordado ese cuento impresionante de Joyce Carol Oates que es “La chica ahogada” (incluido en «Desmembrado»), que a su vez en su momento me llevó a un poema de «La casa de la fuerza» de Angélica Liddell. La literatura de mujeres que reconstruyen el verdadero eslabón perdido: que es nuestro lugar en la historia.

Me gustan las historias de mujeres que se conectan entre sí; pienso que nosotras tenemos que escribir sobre las que ya no están y deberían, rebelarnos contra lo que la historia nos hizo; como lo hace Mondéjar de forma fabulosa en este libro. Escribir sobre las otras es nuestra responsabilidad, pero también, nuestra fuerza.
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Lo que existe detrás de nuestros párpados

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Por si en lo que va de mi artículo no lo he dejado claro, ahora viene esa aclaración: no es este un libro tétrico, pesimista ni de esos que te llevan a repensar si no estabas mejor antes de leerlo. No, es un cuentario colorido, que toca diversos temas y que nos invita a la reflexión pero que se propone sobre todo construir narraciones convincentes, que nos lleven a vivir esas experiencias y a disfrutar de las posibilidades del lenguaje.

En ese sentido creo que Lola pertenece a una generación de mujeres que han sabido contar desde lo cotidiano con una cercanía sólo posible gracias a una preparación exhaustiva; a tal punto que el narrar difumine esa búsqueda técnica y se vierta como una ruta que conduce a los sentidos. Una generación de mujeres cuentistas que alumbran nuestra literatura y que no aparecen tanto en los medios de comunicación pero que están narrando su tiempo, nuestro tiempo, pintando este mundo, tachando las pinturas rupestres que han intentado hablar sobre lo que somos y sobre todo, sobre lo que hemos sido.

Recuperar la pasión por la vida, eso es lo que parece proponerse Mondéjar. Reescribir nuestra historia desde la sangre, desde la risa, desde esas pequeñas convicciones que nos entusiasman. Y nos vale perfectamente la historia de Menga, esa leprosa que observa el Monte de los Enamorados y envidia la suerte de los amantes, pero no tanto por tenerse el uno al otro. No; lo que envidia es la valentía de preferir la muerte si la única opción para seguir es el doblegamiento. Es una imagen perfecta de cómo la historia nos punza. Porque lo que nos llama la atención, lo que verdaderamente atrae nuestra atención de los restos arqueológicos y de las historias antiguas no es la madera, ni la piedra, ni siquiera la pintura contra el muro, sino la certeza de que un día alguien deseó frente a esos objetos, y quiso alzarse contra la muerte, esa voraz contrincante que nos pisa los talones y nos arrebata lo que más amamos.

De comienzos y giros

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En la narrativa de Lola se aprecia un trabajo artesanal y dedicado. Sin sobrantes. Con palabras precisas y diálogos escuetos pero contundentes. Como este comienzo de «Una nueva oportunidad» donde desde la primera frase sabes que algo no va bien y que posiblemente, termine peor. Así, a lo largo de la lectura descubrimos una forma de trabajar el lenguaje muy precisa y sin ripios, como si fueran pequeñas capturas de la propia vida. Junto a los comienzos intrigantes, encontramos vueltas de tuerca, giros, de un valor exquisito. Lola tiene la capacidad de atraparnos y dejarnos perplejos casi al final, porque no es una autora de finales felices.

La mirada técnica de la autora se percibe desde la propia estructura del libro. En la primera parte, «Estos mundos» apuesta por el realismo y se apoya en un presente más o menos conocido para nosotros; mientras que la segunda, «Mundos futuros», es de corte fantástico y roza los mecanismos de la ciencia ficción. El lazo entre ambos universos se estrecha a través de la pulsión vital que es idéntica según pasan los siglos. Tenemos entonces un pasado y un presente bastante fácil de explicar (con sus misterios y sus duelos imposibles de procesar) y un futuro absolutamente incierto, donde todo es posible (con sus posibles remates de locura).

Como colofón podríamos agregar que lo que Mondéjar viene a decirnos es más o menos que este es y será el mundo: algo podrido pero que nos resistimos a negar, a rechazar. Por eso decimos (y nos decimos) que es maravilloso, pero en el fondo no nos gusta, nos hiere, nos llena de hastío, como lo viven todos los personajes de la historia.

A veces la realidad supera a la ficción. En ocasiones, la ficción es tan cruel que atenta contra los hilos que hemos conseguido tensar para soportar la realidad, pero a la vez, también puede servirnos para enfrentar nuestra rutina con un poco de luz.

¡No te pierdas «Qué mundo tan maravilloso» para recordar que lo único que nos queda –y digo, que nos salva realmente– es lo que experimentamos! Por mi parte, me ha dado la fuerza que necesitaba para visitar el Dolmen de Menga, sin importar el miedo, porque tengo nuevas y buenas razones para acercarme e imaginar lo que fue, más allá de lo escrito por los hombres.

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QUÉ MUNDO TAN MARAVILLOSO
Lola López Mondéjar
Páginas de Espuma
978-84-8393-248-3
192 páginas
Papel: 17,00 €
Digital: 5,99 €



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