Minúsculo acercamiento a la idea de Identidad Poética

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Desde que nacemos nos pegan etiquetas en el lomo-frente-piernas, membretes que tienen más que ver con lo que deberíamos ser (lo que se espera de nosotros) que con lo que realmente somos (que incluye nuestro deseo de construirnos de forma auténtica). Ante esta realidad tenemos dos opciones: aceptar los caminos que nos señalan para movernos dentro de las fronteras que nos moldean o saltarnos todas las normas y dejarnos llevar por nuestro instinto. Esta decisión, que tiene más que ver con un largo proceso que concatena múltiples decisiones y renuncias, nos determinará y en ella fundaremos nuestra propia identidad. Lo que somos. Sobre la relación entre patria, individualidad e identidad poética balbuceo en este artículo.

La pureza, ese bien inalcanzable

Recientemente el poeta Ángelo Néstore compartió en su muro de Facebook una experiencia que me viene de maravilla para ejemplificar este texto, lamentablemente. Los organizadores de un encuentro poético en el que participaría le comunicaron que habían decidido dejarlo fuera por sus orígenes. Tratándose de un evento de «poesía andaluza» sólo aceptaban poetas paridos por esta tierra.

La primera pregunta que cabe hacerse para desmenuzar el conflicto es ¿a qué llamamos poesía andaluza? ¿son los poemas de Aurora Luque que beben en lo más hondo de la cultura griega andaluces? ¿acaso la poesía de la generación del «27 con sus indiscutibles influencias superrealistas y latinoamericanas?

No sólo es absurdo creer y reforzar esa idea de la importancia de un estilo literario nacional auténtico o puro, porque se desprecia la riqueza que otorgan las mezclas, sino que además es caer en una búsqueda imposible, puesto que incluso los más genios de la lírica se han alimentado de otras miradas, porque somos el resultado de muchas experiencias y búsquedas propias y ajenas: hijos del intercambio cultural. Mi padre me inculcó desde muy pequeña un amor exacerbado por los símbolos patrios, sobre todo por el himno nacional, como cosa auténtica labrada puramente «en casa». Muchos años más tarde cuando descubrí esa misma-exacta melodía en varias obras famosas de la historia, comencé a entender que la pureza no existe y que pretenderla es uno de los defectos más difundido y, a la vez, más estúpido de nuestra especie.

Ahora bien. Hay otra pregunta que cabe hacerse: ¿quién define lo que somos? Evidentemente para quienes venimos de afuera sumarnos al movimiento poético de nuestra generación en tierra extranjera es una tarea harto difícil, y vivimos en una especie de no-lugar: parados en la frontera; sin pertenecer a ningún sitio e intentando construir desde una óptica extraña. Nuestra identidad no tiene que ver con lo que deberíamos ser (extranjeros) sino con lo que deseamos y con lo que realmente somos (residentes de Málaga deseando aportar algo propio al crecimiento de la poesía en nuestro tiempo); apátridas con una maleta llena de versos que intentan explicar el mundo. Ese estado de orfandad, quizá, es el que nos deja fuera de la vida que nos rodea, porque no se puede amar dos veces con la misma intensidad ni se puede construir un sentido de pertenencia cuando se ha entendido que las fronteras son un artificio humano para ocultar el miedo. Y vivir con miedo ya no es una opción para nosotros.

Poesía, patria e identidad

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Patria. Generación. Sexualidad. Límites, rayas que nos limitan, empujándonos sobre un contorno señalizado por otros; sistemas, organismos, dogmas y cánones. Resulta contradictorio entregarse a la creación poética y no cuestionarse esos muros. ¿No debería acaso la poesía liberarnos?

Al escribir esto pienso en Adam Zagajewski, quien establece una diferencia muy interesante entre filosofía y ideología. La primera, dice, nos sirve para reflexionar en torno al mundo y se apoya en ciertos valores que le sirven para afianzar sus criterios que mutan a lo largo del tiempo; la segunda nos indica cómo es el mundo, obstruye el hueco de las posibilidades y los matices, y nos impide reformular lo que pensamos. Y agrega, que los poetas sólo pueden permitirse la primera, para combatir la idea de la ideología y abrazar una poesía que abogue por la defensa de la humanidad. La ideología va contra lo humano, por ende, contra la poesía.

Vivimos una época en la que han rebrotado con una fuerza descomunal los nacionalismos. El patrioterismo se arma y establece el perfil que deben reunir quienes deseen formar parte de su grupo: nacidos en la misma tierra. Frente a esta realidad quienes no vivimos en nuestro lugar de nacimiento nos quedamos absolutamente huérfanos, porque no tenemos un grupo en el que sentirnos representados. Ángelo no es malagueño, aunque sea uno de los responsables del Festival de Poesía Irreconciliables y una de las semillas de la editorial La Señora de Dalloway. Nada de esto tiene peso porque los chovinistas buscan documentos nacionales de identidad y si deben prescindir de buena poesía para ello, se arriesgan. Porque quieren una ciudad andaluza pura aunque la mayor riqueza arquitectónica, poética y pictórica de Málaga resida justamente en eso: en la mezcla de estilos, razas y culturas.

El miedo nos divide y avanza sobre nosotros. Vivimos instalados en él, en esa sensación de alarma constante; transitamos una época en la que cualquier discurso que se opone a lo que pensamos debe ser anulado y donde ser extranjero te coloca indefectiblemente en otra orilla. Recuerdo una frase que solía decir una vecina que tuve hace unos años: «es que no es de aquí». Sin duda es una frase que dice mucho del temor a lo que no entendemos y de la necesidad de reforzar las tradiciones sin cuestionarlas.

Identidad poética

La identidad poética tiene más que ver con el nosotros que con el yo; incluso en la poesía intimista hay una extrapolación de la identidad colectiva. Escribimos para explicarnos a nosotros mismos pero también a los que nos rodean; para cuestionar nuestro pasado y contradecir a nuestros mayores. Y en ese largo proceso, explicar el mundo. Y en esa construcción podemos encontrar argentinos que escriben como franceses (Alejandra Pizarnik), andaluces que se sienten árabes (Federico García Lorca) e italianos y argentinos que se sienten más cerca de la lírica andaluza que de aquella que se construye en sus países de origen.

Todavía necesitamos recordar(nos) que la diversidad es lo que nos permite crecer y potenciar nuestras propias virtudes. Necesitamos atrevernos a vivir, experimentar y en el camino deconstruir todo lo aprendido; desvelar el milagro de los objetos que nos rodean y entender qué habita en lo profundo. Para eso nos sirve la poesía. Atravesar muros como quien se atreve contra los mandatos y lo políticamente correcto.

Ayer fue el día internacional de la lucha contra la LGTBIQfobia, ¡parece mentira que continúe siendo necesaria una tarea de concienciación sobre la importancia de vivir y dejar vivir! Como la sexualidad, la patria no es un concepto inamovible. Somos lo que construimos y no aquello que nos imponen. Es importante que lo repitamos más seguido. Nuestras raíces son circunstanciales y aportan elementos a nuestra identidad pero no nos definen. Sin duda, esa idea de Néstore, de la identidad como una construcción que va nutriéndose de las experiencias (un estado trans), es sumamente reveladora, y apoyarnos en ella podría ayudarnos a alcanzar una poesía liberadora como la que defiende Zagajewski.

Por cierto, Ángelo acaba de publicar «Adan y Nada», un drama transgénero que dice mucho de su identidad, y que tendremos pronto en nuestras reseñas. Y termino con este poema de José Viñals («Pan»- PreTextos) que es una maravilla a la que vuelvo siempre.

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