Sara Mesa: «Me asustaría que mi escritura fuera sentimental»

¿Hasta dónde se pueden estirar los límites de la convenciones sociales y la moral en literatura? ¿Desde qué perspectiva se puede escribir, por ejemplo, de una relación de amistad entre un hombre y una niña sin caer en sentimentalismos? Éstas son las dos grandes preguntas que sostienen «Cara de pan», la última novela de Sara Mesa. Sobre ella y también acerca de las dificultades y sabores del oficio literario hemos conversado aquí. No dejen de leer esta fabulosa novela, por favor.

Foto: Javier Díaz


 

P—Te defines como una persona pudorosa, pero da la sensación de que escribieras contra esa vergüenza canalizándola a través de los personajes. ¿Una especie de rebeldía para alcanzar el equilibrio?

R—Creo que muchos escritores hacemos esto. La escritura es una manera de expresar realidades profundas –en el sentido de poco visibles-, y una de estas realidades es precisamente la personalidad de quien escribe, en el caso de que sea así, pudorosa, reservada o introvertida.

P—¿Fue «Un incendio invisible» el libro que te ayudó a convertirte en una autora visible?

R—No sé qué significa la visibilidad. Es un concepto muy frágil, también muy efímero. Supongo que si la alcancé fue más al entrar en la editorial Anagrama, con «Cuatro por cuatro», y sobre todo, con «Cicatriz».

P—¿Cómo fue ese primer choque con la fama y con la crítica?

R—Insisto: no sé qué significa “fama”, en mi caso no hay tal, y en la gran mayoría de los escritores, incluso los más reconocidos, tampoco. Dicho esto, los que me conocen saben que no siempre disfruto de las exposiciones públicas, que odio posar para fotografías y que prefiero mantenerme aparte, como de hecho hago. Respecto a la crítica, se ha portado en términos generales magníficamente conmigo.

P—»Cara de pan» y «Silencio administrativo» ¿tratan acerca del aislamiento de quienes no se ajustan a la norma?

R—Sí. Son dos libros que escribí más o menos al mismo tiempo, escribía uno y pensaba en el otro, y viceversa. No me di cuenta de esa línea común hasta después. El caso de Carmen, la mujer sin techo despreciada por la burocracia, cuya historia real narro en «Silencio administrativo», tiene mucho que ver con el Viejo de «Cara de pan», repudiado por la sociedad.

P—En términos generacionales ¿con qué narradores deberíamos asociarte?

R—Supongo que con aquellos con los que comparto generación… Pensando en los 70, Pilar Adón, Isaac Rosa, Pablo Gutiérrez, Lara Moreno… Otra cosa son los vínculos literarios. Estos no se ciñen a edad o procedencia. Y siempre digo que soy la menos indicada para verlos. Eso siempre es labor de la crítica.

P—¿Sigue pesando el estigma del cuento como arte menor? Me refiero a la idea del relato como una especie de pretemporada, de entrenamiento para convertirse en novelista; como si ser novelista fuese la gran meta de todo escritor.

R—No, no lo creo, y hoy menos que nunca. Pero no hay que olvidar que, desde el punto de vista comercial, sí es cierto que los libros de cuentos venden menos, se leen menos.

P—¿Voy por buen camino si defino tu narrativa como una línea que se traza desde un objeto desenfocado y termina en un borde luminoso y nítido?

R—¡Pues nunca la hubiese definido así, pero el caso es que me gusta, no me parece en absoluto disparatada esa definición!

P—Como si lo que importara fuera lo que a simple vista es irrelevante.

R—Bueno, me gusta darle la vuelta a las prendas, ver las costuras internas, cómo están hechas, de qué cosa. A veces ni siquiera yo me doy cuenta de esto, hasta que no escribo. Por ejemplo, puedo creer que escribo de amor cuando en realidad estoy hablando del lenguaje. En este sentido, casi todos mis libros –y en especial mis cuentos- tienen algo de trampa: parece que van de una cosa y en realidad van de otra.

P—Te voy a hacer una pregunta que le hizo Eduardo Lago a Wallace Foster, ¿cómo afecta Internet al arte de la ficción?

R—Ni idea. Soy una pésima crítica literaria en este sentido, en el del análisis global. Y de Internet sé bien poco. Soy una mera usuaria.

P—En «Cicatriz» Internet y sus posibilidades y engaños juegan un papel importante.

R—Sí, es cierto, pero «Cicatriz» es básicamente una novela epistolar. El factor determinante en la historia es la distancia. Cierto que Internet propicia las relaciones a distancia, y en este sentido sus posibilidades se han multiplicado. Pero no es el tema central del libro, ni siquiera creo que sea demasiado importante.

P—¿Toda escritura debe ser experimental?

R—Sí y no. Sí, si entendemos que cada libro que se empieza no se sabe dónde lleva, que la escritura es una forma de exploración y búsqueda. No, si entendemos que lo experimental es una forma en exceso consciente de creación con un objetivo de originalidad.

P—En «Cara de pan» un hombre mayor se hace amigo de una adolescente y se ven a escondidas en un parque. ¿Qué dificultades supuso la escritura de esta historia?

R—Hay libros que me han costado más trabajo escribir. «Cara de pan» es realmente un libro muy sencillo con una narrativa muy sencilla, de tono casi naif. Las mayores dificultades fueron ceñirme al único espacio del parque, aunque a través del diálogo de los personajes también aparecen otros escenarios.

P—¿Te da miedo que te vean como una depravada?

R—Vaya, nunca he pensado que pudieran verme así. A mi escritura la han calificado de turbia, desasosegante y hasta cruel, pero a menudo esto son etiquetas y como tal hay que entenderlas, aunque sean adjetivos que puedo aceptar. La depravación introduce un matiz de retorcimiento que no creo encontrar en mis libros.

P—¿Peor sería que te tomarán como a una persona insensible?

R—Esto lo veo aún más difícil, salvo que confundamos sensibilidad con sentimentalismo. Me asustaría que mi escritura fuera sentimental, pero sí busco que sea sensible, tanto en tema como en tono. De hecho, volviendo a lo que decía al principio, la escritura es para mí la forma más natural de encauzar mi sensibilidad.

P—Hay muchos personajes adolescentes en tus relatos y novelas. ¿Qué tiene de especial esta etapa para volver a ella con insistencia? ¿Qué te ofrece a nivel técnico o de exploración en torno al oficio?

R—Es una etapa de la vida esencial, pero esto es una visión clásica en multitud de escritores, empezando por el anónimo autor de «El Lazarillo». Todos los relatos de aprendizaje vienen de ahí, de ese momento en que uno es sin ser todavía consciente de lo que es, ese ser en construcción cuya complejidad radica en su falta de definición. Técnicamente es difícil situarse en esa perspectiva, hay que aprender de los mejores y, desde luego, volver la vista atrás al adolescente que todos fuimos.

P—¿Se puede escribir sin al menos plantearse una vulneración de los límites morales?

R—Yo creo que un buen punto de partida para empezar a escribir es precisamente olvidar todo tipo de límites, saber que la página en blanco es un lugar de libertad. Luego, eso sí, hay que trabajar sobre eso y no olvidar que la escritura impone sus propios límites. Hay que cuestionar los límites preestablecidos y saber reconocer otros, los propios.

P—Quiero preguntarte por los pájaros y el criterio que seguiste para incorporar determinadas especies en «Cara de pan».

R—La presencia de animales es una constante en mis libros, no solo los pájaros. El caso de Cara de pan, los que aparecen son todos especies urbanas. Pájaros que podrían verse, con ojo atento, en cualquier parque de mi ciudad, por ejemplo.

P—Entre inspiración y disciplina, ¿cuál de ellas te parece más deseable? ¿Y posible?

R—Yo no creo en la inspiración. O no me gusta llamarla así, como si fuese algo que viene de fuera, un regalo que te cae del cielo y te toca con su gracia. Yo creo más bien en el impulso de escribir, en esa necesidad acuciante que, a veces, te lleva a querer poner en palabras lo que se resiste a ser expresado. Si no tienes ese impulso, si verdaderamente no anida dentro de ti, la escritura se empobrece, por mucha disciplina y técnica que haya. Ahora bien, el mero impulso en sí mismo tampoco es nada. La disciplina es esencial, como en todo trabajo creativo.

P—¿Qué es lo más duro del oficio?

R—Que no sea suficiente para sostenerte económicamente. Que precise de otras tareas, más o menos paralelas, para que te cuadren las cuentas a fin de mes. Tareas que a menudo conspiran en contra de la propia escritura.

Entrevista a Sara Mesa en Poemas del Alma

P—En «Cara de Pan» exploras un lenguaje minimalista. Emulas la voz de una chica de casi catorce. ¿Te ha dado miedo lanzarte a esta estética por miedo a que no te comprendieran o te menospreciaran?

R—He sentido inquietud por pensar que ese tono naif del que hablaba antes fuese entendido como incapacidad expresiva. Es como si quisiera decir: eh, un momento, soy capaz de escribir un texto complejísimo, lleno de intertextualidades, citas, cultismos, de una sintaxis endemoniada… y si no lo hago es porque mi reto ahora es la simplicidad. Pero en fin, esos miedos son más propios de las primeras etapas de la escritura. No hay que escribir para demostrar nada.

P—¿Te interesa la literatura de autoficción como lectora?

R—Como lectora me interesa todo lo que sea bueno, y dentro de la autoficción hay mucho bueno. Pienso en libros recientes como «Clavícula» de Marta Sanz, «El amor del revés» de Luisgé Martín o «Ordesa» de Manuel Vilas, que me han gustado mucho. Y me interesa especialmente la autoficción en mujeres, que en Francia tiene mucha tradición, pienso ahora en Marguerite Duras, o en Delphine de Vigan, o en Annie Ernaux….

P—Como narradora, ¿te alejas de la autoficción por pudor?

R—No por pudor, sino porque mi vida, ¿qué interés tiene para nadie? Yo funciono mejor mezclando en la coctelera elementos biográficos con otros inventados. Creo que mis experiencias vitales ganan tras ser procesadas literariamente.

P—¿Son el deseo y la culpa los dos temas centrales de tu obra?

R—Es pronto para decir eso, porque sigo escribiendo. La culpa era un tema central en «Mala letra», pero no lo es ahora. El deseo es central en «Cicatriz», pero está ausente en «Cara de pan». La sensación de condensar páginas y páginas en dos o tres temas es muy frustrante, no creo en ese tipo de síntesis.

P—¿Es la culpa el gran tema de la literatura?

R—Jaja… Vuelvo a lo mismo: ¡estas son preguntas para críticos literarios! Aunque desde luego, es un tema jugosísimo, no me cabe duda.

P—¿Te propones desobedecer en lo técnico cuando te sientas a escribir?

R—El proceso técnico es el siguiente: escribo tratando de encontrar los elementos técnicos necesarios, jamás parto de una idea clara en torno a esto. Pruebo y corrijo, pruebo y corrijo. En la fase de corrección trato de olvidar algunos lugares comunes sobre lo que es inadecuado técnicamente, tipo repeticiones, ambigüedades, inverosimilitudes… Ahí sí que me pongo un poco desobediente porque a veces es preciso escribir mal.

P—¿Sobre —o contra— qué tradiciones te interesa escribir (y rebelarte)?

R—El peso de la tradición lo llevamos sobre nuestros hombros, es imposible (e indeseable) sacudírselo. Pero la tradición es un fardo enorme, siempre seleccionamos dentro de ella. A mí me interesa cierta forma de realismo que no teme lo inverosímil. Me atraen las categorías de lo exagerado, lo absurdo y también el humor negro.

P—¿No te gustan las redes sociales?

R—No mucho. Entiendo su sentido para ciertas personas, en ciertos ámbitos, pero en mi caso particular me aburren, me crispan, me quitan tiempo, siento que atentan peligrosamente contra mi privacidad. Y cuando hay algo verdaderamente interesante circulando por redes siempre tengo amigos que me lo muestran, así que creo que no me estoy perdiendo mucho por permanecer ajena a ellas.



Debes estar registrad@ para poder comentar. Inicia sesión o Regístrate.