«Mano que espeja», de Cristina Elena Pardo —Editorial Balduque—

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Las manos extienden nuestra mirada. El mundo que vemos se hace material cuando podemos tocarlo. Igual eso explique que cuando no deseamos ver algo o estamos cansados o desesperados tendamos a hacer ese gesto de ponernos las manos sobre la cara, para apoyar en ellas la cabeza, como último intento de alivio. Las manos saben lo que es mejor para nosotras. Las manos nos permiten acceder a un universo sensorial fuera del propio mundo, a experimentar sensaciones que otros músculos del cuerpo no pueden enseñarnos y también son apéndices a través de los cuáles interpretar las voces de las otras para intentar entender lo que haya de ellas en nosotras.

En «Mano que espeja» Cristina Elena Pardo (Editorial Balduque) trabaja sobre esta idea para pensar la identidad y la escritura. Un poemario altamente recomendable.

La escritura en la identidad

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Existen varias lecturas (y seguro que se me escapan varias de ellas) para este libro. Me centraré en dos que aunque podrían no ser las más evidentes son las que me interesan más. Por un lado, la construcción de la identidad partiendo de la extrañeza (cuerpo que se interpreta al verse desde fuera); por el otro, la escritura (de semilla pulsiva y rabiosa), cuyas formas se retroalimentan de esa construcción identitaria exógena.

El resultado es una nueva naturaleza, fruto de la herencia que se transforma. Una identidad que se extiende más allá de nuestras propias manos, y se asoma al perímetro que invaden los ojos de los otros, tocando y abrazándose a las formas que pertenecen a otras identidades. La literatura se presenta así como un elemento-espacio fundamental en ese construir identitario personal y colectivo.

La escritura atraviesa todo el libro, mostrándose para la voz poética como el único camino posible en esta reconstrucción del yo. El lenguaje es un mundo lleno de posibilidades: una casa nueva que espera ser habitada, la claridad visionaria del mañana.

Y hay más. «Está viva la que tiembla» dice Cristina en uno de sus poemas, y más adelante se preguntará cómo explicar una cicatriz subterránea. Como éstos hay muchos signos de que estamos frente a una mirada superrealista. Es difícil no pensar en Pizarnik quien plantea la rebeldía de una forma tan impactante: observar una rosa hasta pulverizarse los ojos.

La contemplación del mundo hasta que la materia se vuelva borrosa: otra imagen que me rondaba al leerlo. Llegamos a captar ese mirar el mundo para extraer de él la esencia, ese preguntar por el nombre de las cosas de Juan Ramón, ese ir detrás de las formas y atravesarlas hasta dar con sus tripas. Creo que en ese sentido es un libro que invita a muchas relecturas, hasta entender esas miguitas de pan que imprimen a la palabra un espíritu nuevo.

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ESPEJO – CASA – VENTANA

Me gustaría sumergirme en el libro desde estos tres elementos que podrían servir para entender tanto las ideas como la estructura poética que nos presenta Pardo. Los tocaré de forma superficial para no extenderme demasiado, pero intentaré dejar encendida la mirada para que puedas hurgar en el lenguaje del libro y extraer tus propias conclusiones, que serán, seguro, más sabias que las mías.

A través de un trabajo absolutamente detallista, Cristina nos ofrece una observación del mundo desde lo íntimo hacia lo colectivo, para reconstruir la identidad como seña de camino recorrido pero también como herencia en constante construcción.

¿Qué somos? ¿Podemos definirnos y considerarnos únicamente como lo que vemos-tocamos con nuestras manos? ¿Representamos aquello que los otros ven en nosotras? ¿Podríamos plantearnos un reconstruir el mundo prescindiendo de la mirada, abrazándonos (y tomando como punto de partida) las sensaciones captadas a través de las manos, de la piel? Estas son algunas de las inquietudes que navegan por el libro y sobre las cuales, usando estos tres elementos (¿hace falta que vuelva al Superrealismo?), Pardo intenta preguntarse.

Espejo-imagen: ver(se) a través de los bordes

El espejo. Allí donde lo que habitamos se convierte en una imagen 2D, donde la profundidad y la distancia entre los objetos lo pauta la memoria y no la realidad. Esta idea le sirve a Pardo para pensar en las otras, las que antes vivieron, las que antes hicieron y dejaron. En ese sentido la reconstrucción de la propia identidad se apoya en la herencia colectiva y necesita de ella para alumbrarse.

En este punto entra en juego el lenguaje como pregunta. No nos valen ya las formas establecidas, necesitamos reconstruirnos desde la nada, y para ello, el lenguaje estático, las estructuras preestablecidas no nos sirven.

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Casa-memoria: del yo al nosotras

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La casa es la memoria. Un edificio que guarda nuestra simbología, que es todo lo vivido, lo soñado y lo heredado. Casa que es identidad, cuya construcción está absolutamente ligada a la experiencia colectiva. Usa Pardo el elemento de la mudanza que me ha resultado fascinante, como punto de referencia para conocernos desde la extrañeza: despegarse de la memoria para redefinir lo que somos.

Mudar es dejar algo atrás para lanzarnos contra un espacio desconocido; decisión que se toma con el deseo de cambiar algo que intenta anularnos en alguna medida. Mudanza es un reaprender el territorio que habitamos y por tanto, aquello que somos. En este punto cabe una interesante reflexión sobre las muchas y variadas miradas que dibujan la esencia de una misma persona y una misma historia. De fondo, parece habitar una pregunta constante acerca de lo que es real: si todas las miradas pueden dibujar el contorno del mundo, y ya que todos observamos de maneras diferentes, ¿cuántos mundos existen, susceptibles de ser habitados?

Ventana-tiempo: existir después del espejo

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La ventana. «Nos construimos sin contemplarnos», dice Cristina en otro de los poemas. Y lo hacemos marcando nuestra piel con las voces de los otros, con las ideas de los otros, con el mundo de los otros. Pero después miramos a través del espejo y descubrimos que hay una posible (y urgente) identidad que trasciende de los márgenes del reflejo. En esta idea se apoya Pardo para terminar afirmando que, fuera de la ventana, todo puede ser una jaula.

Me gusta ver en esa ventana un símil del tiempo. Es un hueco que atrapa una imagen en un tiempo preciso, con su estación y su paisaje y que no depende de la mirada para ser.

Es ésta, creo, una excelente forma de cerrar esa construcción: un espejo puede reflejar una forma fabricada (atemporal y distorsionada), una casa puede ser un almacén de ideas y memoria también distorsionada (por la cultura y la propia experiencia), pero lo que refleja una ventana es preciso, aferrado a un instante inmóvil, real, imposible de ser transformado por los ojos. Quizá esto responda a esa idea-pregunta de si la identidad puede ser modificada por la perspectiva. Aquí, la ventana se presenta como una orilla de luz donde ser en libertad, ignorando la fronteras arquitectónicas y especulares.

Desdecirnos en el lenguaje

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Hay otra idea interesantísima en este libro: conocernos implica reescribirnos, para ello la escritura debe funcionar de forma circular puesto que las mismas preguntas pueden llevarnos en tiempos-ventanas diferentes a respuestas distintas. Se vuelve indispensable entonces volver a la escritura, al oficio literario como búsqueda; para interpretar lo que somos (que no aparece en el espejo, lo que guardamos en las esquinas no iluminadas) y también para describir el mundo ajeno. Y seguramente, en ese proceso, nos será de gran ayuda volver a Pizarnik o a JRJ, porque es a través del lenguaje que podemos encontrar la esencia de las cosas, aquello que es inmaterial y que sólo puede percibirse a través de un sexto sentido.

Creo que es este un poemario revolucionario, no sólo por su forma, sino porque su vuelo apuesta por una mirada intimista que quiere enraizarse en el mundo de los otros y revertirlo. Construir la identidad y con ella, la historia, desde una mirada nueva, absolutamente desligada de la tradición; una identidad que se apropia del lenguaje y lo transforma.

Pero aprender a nombrarnos es imposible si olvidamos esa herencia de mujeres que escribieron antes, las guerreras valientes capaces de enfrentarse al espejo y astillarlo hasta sacarle una nueva imagen. Nuestras manos, en ese gesto de taparnos la cara nos lo demuestran: nuestra identidad se extiende mucho más allá de nuestra piel y corta vida.

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Romperse los ojos para observar el mundo, y acceder a una imagen nueva: una lectura (intensamente) así te deseo. Por eso creo que no deberías perderte «Mano que espeja» de Cristina Elena Pardo.


 
 
 
MANO QUE ESPEJA
Cristina Elena Pardo
Balduque Ediciones
9788494564673
116 páginas
10,00 €

Comentarios2

  • Jordi Etresi

    Me apetece leerlo pero... como conseguirlo?

    • Tes Nehuén

      Hola, Jordi. He puesto el link para comprarlo en la editorial (debes cliquear en el título del libro que aparece en el encabezado del artículo). También es posible que lo encuentres es Casa del Libro o pidiéndolo en tu librería de siempre. Ojalá que lo consigas y lo disfrutes. Un abrazo.

    • Juan Antonio Riveira Dosártes (JARD)

      "Está viva la que tiembla," dice.

      Jum, me encanta la descripción. El origen de nuestro mundo (la suma de nuestras experiencias-tactilares, por supuesto).



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