Literatura y bipolaridad (I)

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Definir el mundo con el lenguaje es una forma de hacerlo posible pero también de regularlo, de marcar una frontera que a veces puede hostigarnos y ahogarnos. Desde tiempos antiquísimos la ciencia ha intentado definirnos como criaturas susceptibles de vivir con normalidad o de seres acomplejados y enfermizos. Desde siempre, vivimos condicionados por lo que un diagnóstico pueda decir. Comienzo aquí una serie de artículos que parten de un acercamiento a una de las patologías mentales más frecuentes entre escritores (la bipolaridad) y quiénes la han padecido en el mundo de las letras, pero que busca acercarse a una reflexión acerca de cómo las etiquetas y los diagnósticos nos condicionan y aplastan.

Trastorno Bipolar Afectivo

Según la medicina clínica, la bipolaridad es un trastorno hereditario que se caracteriza por una alteración en las propiedades de algunos neurotransmisores encargados de mantener en equilibrio el estado de ánimo. Se diferencia de la depresión unipolar en que presenta dos estados de ánimo bien definidos (períodos de depresión seguidos de brotes de manía); es decir que durante una cierta cantidad de tiempo, que varía según la gravedad del problema y del tratamiento, una persona pasa de una sensación de desidia y desgano a una hiperactividad y un deseo de comerse el mundo. De un extremo al otro, como si fuese un patinador en una pista de pruebas.

En algunos casos también se presentan episodios que combinan ambos estados provocando una cierta estabilidad en el paciente, aunque evidentemente no podría calificarse de saludable.

Este trastorno genera un desgaste mental y físico absolutamente intenso para quien lo sufre. Y tratándose de una dolencia hereditaria, aunque presenta sus primeros síntomas en la primera infancia suele tardarse bastante tiempo hasta que se diagnostica correctamente. En el mientras tanto muchas personas se quedan en el camino, siendo conducidas al suicidio por no soportar las presiones y el desgaste mental que les impone el trastorno.

En el mundo de la literatura han existido numerosos autores que han sido diagnosticados con enfermedades mentales. Balzac, Woolf, Cervantes, Barnes, Jiménez, Matute. Lo que en el siglo XIX se diagnosticaba como maníaco depresión hoy recibe el nombre de Trastorno Bipolar Afectivo, los síntomas no cambian, tampoco la estigmatización. Sin duda se trata de una de las condiciones mentales que más podrían definir el mundo de las letras.

Allan Poe escribió que lo llamaban loco y declaraba que los que sueñan de día tienen a su alcance más mundo que quienes sólo sueñan de noche. Sí, poético y bello, y sin embargo, atravesar y cargar con la angustia mental no tiene nada de envidiable, ni para quien tiene que hacerlo porque le sucede en cuerpo y espíritu ni para los que le quieren de verdad, que en ocasiones no encuentran herramientas ni apoyo en el mundo para ser útiles y hacer algo que colabore con mejorar la situación.

Bipolaridad y literatura

Si revisamos la historia de la literatura encontraremos una gran cantidad de personajes que han padecido de bipolaridad (diagnosticada o no); razón por la cual, durante un tiempo se creía que era un problema vinculado a personas superdotadas o con mentes creativas. Esto puede deberse a que en ocasiones, el trastorno viene acompañado de ideas o estructuras de razonamiento vinculados a la brillantez.

La forma en la que actúa el pensamiento y sube y baja el estado de ánimo, puede provocar imágenes o ideas peculiares. La propia Virginia Woolf explicó que su forma de ser la obligaba a vivir en varios planos a la vez: su vida, su ficción, su pensamiento. Su vida, la depresión; su escritura, la manía. Así, al equilibrar su pensamiento y su trabajo con su vida podía vivir en un equilibrio fingido, que no la salvó pero igual le ayudó a afrontar mejor lo que le tocaba.

También Sylvia Plath fue bipolar, y el trastorno le resultó tan difícil de sobrellevar que se quitó la vida con apenas 30 años. Ernest Hemingway, hijo de padres y progenitor y abuelo de personas que también heredarían el trastorno, y se quitarían la vida. Incluso Tolstói se cree que tenía bipolaridad; y así lo define en su libro «Mi confesión» donde dice que hubo un día en que su vida se detuvo de golpe; aunque podía satisfacer sus necesidades físicas era incapaz de sentirse en paz consigo mismo, de sentir que lo que era era lo que deseaba.

La bipolaridad atraviesa el mundo de las letras y por eso creo que es un tema muy interesante sobre el que reflexionar, así como también sobre la forma en la que se encuentran estigmatizadas las dolencias mentales. Continuaré con este tema muy pronto, así que si te interesa, te invito a suscribirte a nuestra web para recibir notificaciones de nuestras publicaciones.

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