Libros sorpresa. El Día de las Bibliotecas y la pasión lectora


Hoy es el Día de las Bibliotecas y por eso voy a variar mi línea de artículos para dedicarles unas palabras a estas casas maravillosas donde muchas hemos aprendido a amar. Y como no sabía sobre qué escribir he estado recordado este texto que escribí hace unos años sobre el por qué de este día y también este otro sobre la importancia de la lectura en el desarrollo de las emociones. Pero no venían a mí ideas para este año. Y entonces, me he topado con una iniciativa fantástica que me ha impulsado a escribir sobre la pasión lectora.
 
 

Adaptarse a los tiempos no a la frivolidad

En la Biblioteca Cánovas del Castillo de Málaga han emprendido en el Día de las Bibliotecas un proyecto-juego fabuloso: el préstamo sorpresa. Es una propuesta que consiste en prestar libros ignorando su identidad. Así, cada miembro que lo desee se lleva a su casa un paquete que contiene una vida entera que, con un poco de suerte, podrá cambiarle la vida; ya saben cómo es esto de los libros.

Me ha parecido un emprendimiento bellísimo para fomentar la lectura. Y de pronto me he sentido propulsada a ese fervor de las primeras lecturas y he pensado en lo mucho que hace por nosotros la literatura, tan silenciosa ella. Y después he pensado en cómo el tiempo lima esa pasión lectora y me he puesto triste. Y lo siguiente que he sentido ha sido el deseo de recuperar esa ilusión, ese sentimiento de inocencia del «a ver qué me toca» tan propio de las primeras lecturas. Y he pensado que sólo las bibliotecas nos permiten esa libertad y que más nos vale mantenerlas vivas, visitarlas, animarlas, amarlas.

El mundo del libro ha cambiado. Las editoriales han tenido que adaptarse a un mercado cada vez más abrasivo que se lleva lo mejor para el fondo de los cajones y deja sobre la superficie la basura. Los buenos libros ya no tienen lectores y las lecturas fáciles, esas que antes cualquiera se habría avergonzado de afirmar que las había hecho, son las que arrasan en librerías, ferias del libro y encuentros literarios. Y todo esto también ha afectado la vida de las bibliotecas, que cada vez con menos fondos, siguen siendo las encargadas de difundir la lectura.

En el día de las bibliotecas no quería quedarme sin mi pequeño homenaje al libro, esa joya que titila cuando todos nuestros faroles se han apagado. En momentos así, en los que la vida se vuelve un insistir sin un para, en el que no hay meta que nos arranque una sonrisa porque la grisura se ha apoderado de nuestra rutina, intento aferrarme a la esperanza pero no consigo sentirla. Y, sin embargo, ahí están los libros. En días así en los que la oscuridad es una masa dura que me resulta difícil de atravesar pienso en lo material que termina siendo la literatura para muchos de nosotros.

Lo material de la lectura

La literatura lejos de tratarse de algo abstracto está llena de costras y es palpable, asible. Nos aferramos a los libros como si fuesen criaturas capaces de sacarnos de nuestra miseria, de mostrarnos otro camino. Y mientras estamos leyendo. Mientras nuestros dedos rozan páginas, nuestros brazos se cansan, nuestros ojos insisten en mantenerse fijos en la hoja, somos incapaces de resignarnos porque sentimos la vida en el cuerpo.

Lo que la literatura no hace por nosotros es vivir, es convertirnos en materia de su materia porque esa ya es tarea nuestra. Llevar lo que leemos a la vida. Conseguir que lo vivido en un libro –material que fallecerá y volverá a nacer– se extienda a nuestros instantes materiales, de piel que estalla, de ojos que lloran, de manos que se cansan de intentarlo, es el gran desafío que nos propone la lectura y que más nos vale afrontar.

La literatura es el derecho que nadie debería arrebatarnos, el oasis en el que aprender a mirar con otros ojos el desierto, hasta convertirlo en tierra fértil, aunque sea a través del espejismo. El espejismo, que es bien diferente a la mentira. Que supone creer en que las cosas pueden ser mejores. Iluminarnos los ojos del deseo y la esperanza no es ser necios sino aceptar que no tenemos toda la eternidad para vivir y que no nos hacen falta. Que la única forma de aceptar el sufrimiento que nos toca es entender que hemos vivido, que hemos amado, que hemos deseado, y que nuestra memoria como la literatura, es algo que estará siempre roto y manchado, lo que debe preocuparnos es que no esté vivo.

Hoy, en el Día de las Bibliotecas voy a unirme a la idea de las bibliotecarias de Cánovas y voy a proponerte una idea. Que nos dediquemos a una lectura sobre la que no nos hayan hablado. La idea es la siguiente: nos acercamos a nuestra biblioteca favorita, dejamos que un libro nos elija y nos lo llevamos «a ver qué nos toca». Un libro sin referencias, libre, sano, inmaculado, para que podamos mancharlo de nuestro propio criterio y cambiar con él nuestra gris existencia. Estoy convencida de que éstas, las lecturas casi primigenias e infantiles son las que más merecen la pena.



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