El legado de Alexander Pushkin a la Literatura Rusa

Es difícil pensar en la literatura rusa sin pasar por Alexander Pushkin. Si la generación del 27 tiene como referente a Luis de Góngora, el padre de la Literatura Rusa del siglo de Oro es sin duda Alexander Pushkin, quien consiguió recuperar una extensa tradición de cuentos orales y otorgarles un nuevo significado, y se apoyó en la literatura para buscar una forma más global de expresar las tradiciones. Ayer se habrían cumplido los 218 años de su nacimiento y me ha parecido apropiado escribir en torno a lo que su lectura me produce.

Pushkin, las palabras como sensación

Leer a Pushkin es como cruzar la frontera y zambullirse en un escenario de sensaciones. Su pluma tiene unos colores y unos aromas imperdibles. Y es tan universal que trasciende las barreras de lo idiomático, de lo ruso. Hace unas semanas me topé en el canal de Youtube Longhorn Esquire con una declamación de «El profeta» que me pareció fascinante y que les recomiendo mucho. No se concentren en el significado sino en los sonidos, en la pasión poética, porque eso es lo universal de Pushkin, lo que trasciende el significado de las cosas y nos permite entender la forma en la que él creaba y sentía el oficio de la escritura.

«La tempestad de nieve» fue lo primero que le leí, un cuento que, en mi espíritu adolescente despertó toda clase de sensaciones. Este cuento narra la historia de dos jóvenes enamorados que, ante la prohibición familiar y social de casarse, deciden huir para contraer matrimonio en secreto; sin embargo, no escogen el mejor día y las cosas no salen como esperaban. El desenlace de esta historia es propio de una obra maestra; y les pido encarecidamente que la lean. Es que pare entender toda la literatura rusa bastaría con leer a Pushkin.

De la tradición oral a la justicia social

Sin embargo, Pushkin no sólo exploró con habilidad la narrativa, su poesía es de una sensualidad y una profundidad ineludible. Hay en ella un fervor por las pasiones humanas así como también una exploración de la identidad y los valores que entonces defendía Alexander: la justicia social, la igualdad y la honestidad. Cabe señalar que fue uno de los integrantes de «La luz verde», un grupo revolucionario que se oponía al régimen zarista y que plantaría las bases para la Revuelta Decembrista que tuvo lugar en Rusia en 1825.

La realidad política y social es un elemento que atraviesa toda la obra de Pushkin; de hecho, el exilio al que fue obligado por parte del régimen, le ayudó a escribir sus textos más combativos, como «El prisionero» en el que plantea una defensa de la libertad y expresa con un lirismo inigualable que la única forma de tomar prisionero a alguien es quitándole su capacidad para elegir. En él Pushkin expresa que las rejas no le privan de su libertad y anima a quien ve el poema a alzar el vuelo. Un poema de una contundencia impresionante. Otros poemas en ese tono son «El prisionero del Cáucaso», «El profeta» y «La fuente de Bakhcisaraj». En esa época también empezó a trabajar en una de las novelas rusas más interesantes de su tiempo, «Eugenio Oneguin».

Pero seguramente el gran aporte de Pushkin a la literatura fue su incansable estudio de la tradición oral y su reinterpretación de las voces y cuentos populares que recopiló y publicó en diversas ediciones. Su título de padre de la literatura rusa moderna no es en vano; al leerlo descubrimos el inicio de una era prolífica de las letras de este país. Su obra serviría como puntal para el despegue de importantes autores y dejaría en evidencia lo mucho que había para explorar en el país de la nieve. Dice de él Navokov que es el primer gran escritor de Rusia, y creo que no se equivoca. Hay que leerlo, con la paciencia y la distancia que exigen las obras imprescindibles de la literatura.

 



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