Humanos y otros animales invisibles en la literatura

En estos días escribir está resultándome absolutamente difícil. Doloroso pensar en una imagen que no sea agua creciendo, cerdas-vacas-yeguas mirando el vacío con la impotencia de la violencia y hombres mirando papeles que justifiquen la crueldad. La inundación tiene menos importancia que un título falsificado porque esas criaturas no valen nada, como no valíamos nosotras hasta no hace mucho. Pero ahora tampoco importa demasiado. En estos días escribir es golpearte la cabeza contra el suelo y pensar que no, que no está pasando, que no es este mundo, que es otra de esas novelas oscuras que me gustaban tanto de adolescente. Pero sí, sí, despierta, este es el mundo.
Con esta angustia me ha dado por revisar el dolor animal en la literatura y he pensado en escribir sobre el lugar que los animales han tenido en esta construcción ficticia. He hurgado así en algunas historias que podrían servir para pensarlos y pensarnos. Y así escribo para decirme que tiene que haber algo, luz-mancha-hueco por el que la empatía se desborde.

Nosotros y los otros-animales

Cuando éramos niños entendíamos a los animales y entablábamos con ellos relaciones cercanas. No sabíamos diferenciar entre especies porque todavía no habíamos asimilado los prejuicios y las normas que impone la vida en sociedad. Por eso, disfrutábamos de la presencia de toda clase de animalitos, llorábamos con sus penas y habríamos sido incapaces de hacerles daño. Pero al crecer toda esa inocencia fue sepultada. Porque madurar es asumir una serie de normas que nos distancian del mundo de los otros; estructuras amasadas para generar una distancia entre nosotros y el resto de las criaturas.

Nos une algo muy potente con las demás especies. Compartimos no sólo un mismo territorio sino también necesidades y anhelos. Mirar a los animales puede servirnos para entendernos y relacionarnos mejor. Y esto, que a simple vista puede ser tomado como algo cursi, sin embargo, es algo que podemos comprobar con tan sólo observar un poquito nuestro entorno. Así no es difícil percibir la asombrosa amplitud emocional que tienen las personas que realmente tratan con criaturas de otras especies (sintiéndolas como pares, quiero decir) y la que pueden desarrollar aquéllos que no se han dejado cautivar por la empatía, que no han recuperado esas sensaciones de niños abiertos capaces de entender el mundo tal cual es sin las barreras sociales y culturales de la adultez.

Nos une algo asombrosamente poderoso y sin embargo, hemos cruzado una línea-raya-abismo que nos distancia profundamente de los demás animales del planeta. ¿Existira -me pregunto- una forma de darle la vuelta a esta educación en la frialdad y la indiferencia? ¿Será realmente posible otro mundo?

Los animales en la literatura

A lo largo de la historia de la literatura muchísimos autores han plasmado en la ficción los estrechos lazos que pueden gestarse entre humanos y otras especies. Caballos, cerdos, gatos, lobos, ratas, la literatura se encuentra repleta de animales. Sin embargo, la mirada que sobre ellos existe es humana. Así como la experiencia de las mujeres se encuentra narrada en su gran mayoría por hombres, lo que deja fuera una mirada realista sobre lo que de verdad nos preocupa o importa, lo mismo ha ocurrido con los animales.

Son pocas las historias en que la mirada sobre los animales se encuentre libre de prejuicios y expectativas, donde no importen las reglas humanas al observarlos. Cabría pensar aquí que es justamente a través de esas historias como se alecciona y «corrige» la mirada que de niños experimentábamos hacia los animales.

Cuentos y fábulas infantiles ejercen así de espacio de aprendizaje que es en realidad desaprendizaje. No somos tan distintos a los animales, sin embargo, ellos no se parecen tanto a nosotros. Eso es difícil de asimilar. La caracterización humana en estas criaturas no les ha ayudado a ser entendidos y queridos.

En «Colmillo blanco» de Jack London tenemos una historia fascinante de amor entre un humano y un perro-lobo. Sin duda es una novela tierna y valiosa en muchísimos aspectos, y justamente London intentó ser fiel a la naturaleza de cada personaje procurando no estigmatizarlo, y creo que en cierta medida es uno de los autores que mejor ha sabido mirarlos. De hecho, es posible que sea ésta una de las pocas historias de animales respetuosa de las diferencias y realista. Sea como sea, también encontramos en ella detalles que nos hablan de una observación etnocentrista y en ocasiones cargada de moralina.

Es difícil pensar en cerdos y no llegar a la novela «Rebelión en la granja» de George Orwell, donde sus principales protagonistas son animales de esta especie. Sin embargo, y aunque cabría una lectura animalista de esta novela, hay en ellos una caracterización humana a través de la cual el autor intenta pintar cómo se establecen nuestros vínculos, relaciones y estructura social. Sin duda puede ser una buena lectura para entender estos cambios que se dan en nosotros a la hora de observar a los demás animales y asumir sus actitudes de acuerdo a nuestra forma de creer que se debe vivir.

Y saltando de uno a otro libro caemos en «Moby Dick» de Herman Melville, ¿a quién puede no haberle fascinado esta historia que habla tanto de nosotros y que intenta reflejar la durísima dura de los marineros, sus miedos y sus obsesiones? Estamos ante un libro que permite una lectura sobre la rabia y sobre cómo la violencia se va gestando en nosotros y anidando. Cabe aquí también una mirada sobre los animales afincada en los tópicos de siempre.

Muchos animales se pasean por las páginas de la literatura, sin embargo, la mirada está siempre impregnada de especismo. La historia de la literatura no nos enseña a mirar a los otros como realmente son sino como se ven desde una determinada óptica.

Por otro lado, los animales condenados por las decisiones humanas pocas veces aparecen en las historias. Sería demasiado cruel todo, ¿verdad? Sin embargo, la realidad del mundo los tiene a ellos protagonizando escenas dolorosas y violentas día a día. Lo que está pasando en Zaragoza con las inundaciones del Ebro es tan sólo un ejemplo de lo mal que vamos de empatía los humanos.

Se hace difícil escribir en esta época en la que mirar afuera es ser aporreados por el dolor de los invisibles. Y me siento a decir aunque sé que no puedo ayudar directamente a esas criaturas atemorizadas, encarceladas, que se van deshaciendo mientras los telediarios miran hacia otra parte y los memes acaparan toda la atención. Pero es que a veces vivir es un andar a gatas, sabiendo que lo dices-piensas no le importa a nadie pero sin poder evitar lanzar esa bala al vacío, con la tenue esperanza de equivocarte.

Dejo aquí una viñeta de Paco Catalán; quien tenga ojos para ver…

Comentarios2

  • Ana Maria Germanas

    Hola Tess, otra vez, leyendo tu escrito, me siento identificada contigo.-
    Tu, dialectica, tu mirada dolida, la consideracion, y commiseracon, y esa importantisima actitud intolerante, ante la desidia, la incomprension, y el castigo injusto e increiblemente cruento, hacia el reino animal, injustificables, para una raza que se dice ser civilizada, los hago mios.-
    Todo cuanto tu dices, documentado, y especificado, pone de manifiesto, una proposicion a un cambio, que en lo personal, lo encuentro muy lejano.-
    Aun siendo unos cuantos, quienes amamos y valoramos la naturaleza, hay una inercia estructural, y una ignorancia aferrada a esquemas premarcados, que descarta al mundo animal, como VIDA, teniendolo en cuenta solo a fines corporativos de consumo, y descartables, u otros fines domesticos o rentables.-
    Aplaudo, con todo mi ser, un movimiento de revision, de este actual estado de cosas, por ende vaya hacia ti mi mas ferviente agradecimiento, por este valiosisimo articulo, que has publicado, te dejo un cariñosimo saludo.-

  • Edna Diaz

    Me ha encantado tu artículo. Loable tu punto de vista. Ya tengo mi libro, y si me das tu dirección, te lo envío. Edna



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