El cuento que le debemos a Charles Perrault (I)


Comienzo con este texto un largo artículo en el que me pregunto sobre la importancia de la literatura infantil y sobre la forma en la que debemos acercarnos al género. Un texto que publico en dos partes que he titulado «El cuento que le debemos a Perrault». Comienzo con Charles, con lo que nos ha dejado y lo que el mundo ha tomado de él.

El lado oscuro de la literatura

La literatura infantil, ese chichón que incomoda al mundo de las letras. Siempre he sido amante de las fábulas y las leyendas, y he leído con esmero y fascinación a La Fontaine, Charles Perrault, Los Hermanos Grimm, y partiendo de ellos he llegado a las playas de Beatrix Potter, Antonio Almodóvar y Ana María Matute. Hay algo en el género, que se presenta como un espacio alucinante para la resignificación de las leyendas, algo sumamente atractivo y misterioso que me ha ido cautivando tanto tanto… hasta llevarme a intentar mi propia forma de entender y desarrollarme en el género: hace unos años que me dedico especialmente a escribir cuentos y poemas para niños o para grandes-niños.

En este tiempo de lecturas he descubierto dos cosas que me han llamado profundamente la atención. Por un lado, veo un esfuerzo desmesurado del universo académico por apartar de la teoría relevante a los autores que han marcado un antes y un después en este género. Lo segundo es que me resulta complicado encontrar autores realmente novedosos, con ganas de cambiar las viejas fórmulas y de engrandecer el género de la literatura infantil. Es curioso pensar que esa fórmula, la que impulsó Charles Perrault y que siglos más tarde fue reciclada por los Hermanos Grimm, que en su momento fue novedosa y rajó en dos la cimiente de la literatura folklórica, se haya convertido en una estructura recalcitrante y arcaica que sirve para imponer dogmas y dejar las cosas como están.

Para qué ha servido y sirve la literatura infantil

El gran aporte de Charles Perrault fue ofrecer cuentos infantiles llenos de sombras y de un vocabulario rico; sin embargo, y digo lamentablemente, su condena han sido las numerosas adaptaciones (y no sólo las de Disney) que han modificado profundamente su sentido de la palabra. Aunque para muchos pueda resultar extraño, Charles Perrault fue un progresista. Con sus historias no sólo construyó nuevas versiones de historias clásicas casi olvidadas, sino que además renovó las formas de los cuentos. Es decir, hizo de las fábulas un nuevo espacio de reflexión y también de expresividad. El hecho de que la literatura actual copie su fórmula y no su búsqueda me decepciona y entristece.

La literatura infantil ha sido siempre el terreno en el que quienes detentan el poder adoctrinan a los niños. Por eso, la mayoría de nosotros crecimos convencidos de que Caperucita roja había sido salvada por el leñador, aunque la historia que sacó Perrault del olvido terminaba con la muerte de la niña en boca del lobo. Y, al igual que éste, todos los cuentos del escritor francés han sido modificados a lo largo de la historia para entregar historias dulcificadas y, de paso, enviar un mensaje directo e irrevocable que dice que la felicidad existe y es posible cumpliendo ciertos requisitos, y que todos los finales son buenos.

En este punto cabe señalar el terrible embudo en el que entramos al hacer de la literatura infantil un espacio de enseñanza y dogmatismo. Si quienes triunfan son los buenos, entonces hay que esforzarse por ser buenos (y con eso basta para alcanzar el paraíso aquí). A su vez, esto nos conduce a la pregunta ¿y qué es ser bueno?, momento en el que aparece el Pepe Grillo que corresponda y responde: «hacer lo que tus mayores te ordenen». Esto evidencia que nuestros padres-tutores-maestros-mayores son buenos y que si nos convertimos en personas idénticas a ellos podremos ser felices. Llegados a este punto no hay literatura que nos salve. Es evidente que continuamos, evadiendo las preguntas importantes, y haciendo de las letras un espacio de frases hechas, de historias repetidas y de poca libertad.

Es indudable que la literatura infantil es fundamental para nuestro desarrollo como sociedad. No sólo es necesaria para los que nos convertimos en escritores o lectores, sino para todos. Su manantial son las experiencias milenarias, aunque si no cambiamos la forma de mirar-leer el pasado en lugar de agua cristalina y pura lo que bebemos (y damos a beber) es agua estancada.

Llegados a este punto resulta un poco comprensible que el resto de escritores desprecien la LIJ como lo hacen; aunque no es una actitud que justifique, me hace pensar y reflexionar sobre lo que debemos hacer lo que estamos en el género para cambiar el curso de la historia. Y aquí, lo maravilloso: no sólo importa lo que se cuenta sino cómo se cuenta, de eso se trata la vida después de todo.

Escribir cuentos para niños nos exige ser otros, renovarnos, aprender a hablar nuevamente: algo a lo que no todos estamos dispuestos. Sin duda, un desafío sumamente interesante de afrontar, que los animo a experimentar, y del que escribo en la segunda parte del texto que publicaré pronto.

Comentarios1

  • Rapsodico

    Por la variedad de aristas que presenta es un asunto díficil de abordar. A pesar de estar de acuerdo contigo en el enfoque que das a tu artículo, habría que matizar muchas cosas en él. Un abrazo, Tes.

    • Tes Nehuén

      No dudes en poner en palabras esos matices, que para eso estamos aquí, Rapsódico. Sin duda es un tema difícil de abordar y que molesta al universo de las letras; pero por difícil e incómodo me atrae, porque también lo considero necesario. Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo!



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