John Berryman. Suicidio y alcoholismo (un camino sólo de ida)

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En su libro «El viaje a Echo Spring», Olivia Lang viaja a través de la escritura y las manías beodas de ciertos escritores. Entre ellos se encuentra el poeta americano John Berryman, que hoy se suma a nuestro ciclo sobre literatura y alcohol por el que han pasado otros escritores que también mantuvieron una peculiar relación con la bebida: Jack Kerouac, Jane Bowles, Elizabeth Bishop, Ray Bradbury y Raymond Carver, entre otros.

Del hermetismo a la poesía abierta

Según Olivia, Berryman no habría sido el poeta que fue sin la bebida. Si leemos sus primeros poemas nos encontramos con un poeta hermético, donde la tensión parece regir la estructura de los textos; sin embargo, cuanto más avanza la lectura a su época digamos madura, descubrimos una poesía que no se apoya en las formas y que parece siempre estar buscando algo ajeno al género: un estilo llamativo que roza el feísmo y que se corresponde con la última etapa del poeta; tiempo en el que compaginaba su creación con altas dosis de whiscki, que era su bebida favorita.

Para muchos John Berryman es uno de los poetas fundamentales de la poesía americana de finales del siglo XX. Y es que sin duda fue de los escritores más atrevidos de su generación en torno a los límites, que demostró siempre estar buscando una forma nueva de decir las cosas, de nombrar el dolor, de llamar a la pérdida. En sus poemas la melancolía que parece el desembocante de su creación literaria se va convirtiendo en ironía y permite la elaboración de poemas potentes llenos de matices y de colores diversos.

Al revisar la biografía de John nos encontramos con un hecho contundente que, sin lugar a dudas, fue el responsable del fluir de su poesía. Cuando John tenía diez años encontró el cadáver de su padre que acababa de quitarse la vida. Esta experiencia-imagen no se la quitaría jamás de la cabeza; tal es así que en muchísimos de sus poemas se traslucen las emociones de esa tarde o se hace alusión a este hecho rotundo de su niñez. Su poesía no habría sido posible sin la bebida, dice Olvia. Y se me ocurre pensar que sin aquella trágica muerte tampoco. Si pensamos que escogió la misma fecha y el mismo método que su padre para suicidarse, no nos quedan muchas más dudas.

La infancia que obliga

La mayor parte de las historias literarias nacen en la infancia. El dolor de la pérdida suele ser en la mayoría de los casos el desencadenante de la pasión por la escritura, por esa necesidad profunda de dar vida a la tristeza, de encajarla en un contexto que duela menos, o de explicarse a uno mismo lo que parece no tener explicación. En el caso de Berryman lo que no pudo la escritura lo consiguió la bebida, que se lo fue llevando lentamente, hasta acompañarlo al suicidio: el 7 de enero de 1972.

Los amigos de Berryman decían que parecía tener una doble personalidad, la cual se manifestaba sobre todo cuando iba bebido; tal vez, John encontraba en esos momentos de perdida lucidez el espacio para dejarse llevar, y así como era capaz de componer los poemas más inquietantes y simbólicos, podía sentarse frente a sus seres queridos y canalizar ese dolor que emanaba por la profunda herida de la muerte que le había golpeado siendo niño, y de la que jamás se curaría.

Con el alcoholismo vino la depresión que alteró profundamente su manera de escribir y su capacidad para presentarse en público. Quizá la vida era demasiado aburrida para él, como en el poema, y por eso necesitaba mitigarla con algo que modificara su percepción de las cosas. Sea como sea, en su caso, la relación con la bebida modificó sustancialmente su manera de acercarse a la escritura. Esa infelicidad que le abrazó de niño fue el detonante de su pasión como escritor; una vez que se abren los ojos es difícil volver a sentir la vida con la misma ilusión, ¡John lo supo demasiado pronto! La pelota se le fue de las manos, y con ella se escapó la vida.



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