Andrés Neuman. La ropa sucia y la norma

Hay una conexión entre los libros «Barbarismos» y «Anatomía sensible» que me interesa especialmente: la búsqueda de un lenguaje conciso que sin dejar de ser ensayista y reflexivo se muestre poético y portador de una estética única. En un encuentro que tuvo lugar en el Hotel El Pintor de Málaga, conversé con Neuman sobre eso y también tocamos la forma en la que miramos y somos mirados. No dejes de leer este libro extraordinario que es «Anatomía sensible» (Páginas de Espuma).

Andrés Neuman en una visita al ITM Loyola de Medellín

Foto: Valentina Roldán

La ropa nos delata

Sobre la frase de Cyntia Ozick que hace de epígrafe de ese maravilloso libro, charlamos un buen rato. Dice Neuman que fueron muchas las razones que le llevaron a convertirla en una frase importante. Pero quizá la razón principal es su sentido heterogéneo, que permite una lectura que puede ser tanto individual como colectiva, una frase con un contenido político innegable.

N—Puede ser esa mierda bajo la alfombra de las familias. Porque, además, hacer la colada en las familias es una actividad importante, y que incluso es algo que nos recuerdan cuando somos adolescentes, eso de «hay ropa sucia». Y también se puede leer colectivamente, en términos de todo lo que las sociedades acallan u omiten o postergan. Digamos que puede ser el gran Eso, con mayúscula, aplicado de una forma genial al cuerpo.

Así, a medida que vivimos, la ropa se convierte en una especie de delatora de nuestras huellas sobre el mundo. Podríamos decir, entiendo que explica Neuman, que la ropa se convierte en la prueba del delito, en un registro de aquello de lo que no podemos desprendernos.

N—Me gustaba mucho [la frase de Cyntia Ozick] porque en realidad la ropa sucia es aquello de lo que cree que se despoja el cuerpo, pero que no desaparece por el hecho de despojarse. Es como la suciedad resultante de creer que nos limpiamos. O la impureza que ningún planteamiento puro puede evitar.

A lo largo de las reseñas que hemos ido publicando en los diversos medios he notado que hay un empeño especial en posicionar al libro contra Photoshop. Esto en cierta medida me parece que reduce un poco su valor, la profundidad de la reflexión y la amplitud del mensaje. ¿Lo estamos reduciendo?, le preguntó a Andrés. Dice que en parte sí pero que a veces sintetizar una obra ayuda a su comprensión.

N—Sí, el Photoshop está más como afuera de ese mundo frente al cual el libro intenta situarse que algo que está en el libro. Pero sí es verdad, y no sé si lo compartís, hay una voluntad muy explícita y constante de leer el cuerpo sin filtro, dicho en términos digitales, y de gozarnos sin pose. Sin pose de foto, ¿no? Y eso creo que sí es muy del libro.

Y sí, disfrutar sin filtro y aprender a mirarnos de otra forma, desmarcándonos de las imposiciones sociales y del sistema capitalista, son seguramente los dos puntos más interesantes del libro. Lo que nos regala la oportunidad de adoptar una identidad no convencional y de entender por qué el mundo ve el cuerpo como lo hace. Pero, ¿eso significa que si somos capaces de conocer nuestro cuerpo podremos hacer la revolución? Andrés dice que ese es un punto de vista muy del feminismo.

N—El saber que la política no termina como pensábamos los hombres ilustrados. Bueno, lo digo en plural no sé por qué. Por qué me hago cargo de cosas que no son culpa mía: la culpa de género. Yo en la Bastilla no estaba, cuando se redactaron los derechos del hombre; me faltaban unos doscientos años para llegar al mundo… pero bueno, no sé. Este plural medio cuestionable. Pero es que si lo digo en tercera persona parece como que no me hago cargo; la gramática en estos casos es muy difícil. Si digo «los hombres eran o estaban» es como que me hago el distraído y si digo «los hombres somos» parece como que el patriarcado lo inventé yo… así que no sé cómo decirte esto. Habría que inventar algo entre la primera y la tercera persona, que desde luego no es la segunda.

¿Y no hay aquí una visión interesantísima relacionada con el cuerpo? La forma en que lo nombramos nunca nos convence; porque siempre hay una norma que está atravesando todo lo que tocamos, todo lo que somos. Esta idea de nombrar al patriarcado o de forma general a la comunidad de hombres que lo construyen, siendo hombre, es ciertamente difícil. Aquí hay trabajo desde el feminismo también. La identidad de hombre, siendo uno de ellos, la construcción de una identidad colectiva de hombres fuera del patriarcado. Pero volviendo al libro, dice Neuman que si bien puede leerse así, desde el feminismo –y pienso que es su libro más feminista y con una voz contundente que es esencialmente femenina–, su intención principal era intervenir en el sistema de representación, es decir, de invisibilización del cuerpo. Y allí, Photoshop quizá sirve de anclaje, de punto de referencia, en un mundo en el que parece tan importante borrar los defectos, construirse una noción de lo corpóreo que sea más acorde a las estéticas impuestas por el sistema.

Andrés Neuman en una visita al ITM Loyola de Medellín

Foto: Valentina Roldán

y la norma que nos atraviesa

Otra de las cosas que me interesan, que le oí contar en alguna entrevista, es que los mecanismos de representación ya estaban tergiversados desde la Antigua Grecia, con sus estatuas de cuerpos impresionantes, que en verdad eran la representación de un ideal y no de la realidad. Sobre eso le pregunto.

N—Sí, del ideal y del deber. Si me dieran una máquina del tiempo, una de mis fantasías sería ir a la Antigua Grecia y detectar michelines y carnes fofas. Es que realmente si cerramos los ojos e imaginamos Grecia, muchas personas no podrían evitar imaginarse esos cuerpos guerreros. Pero esos cuerpos guerreros eran de una élite que, por empezar no trabajaba, y como no trabajaba podía dedicarse al ejercicio, pero sobre todo eran hombres jóvenes –porque el desnudo de la mujer estaba más asociado a tareas hogareñas: no había cuerpos guerreros de mujeres–. Entonces, eran hombres, jóvenes, pertenecientes a una élite y que eran aptos para el atletismo y sobre todo para la guerra. El cuerpo bello, musculoso, tenía que ver con alguien capaz de representar y defender al Estado, esto quiere decir que esos cuerpos eran parte del poder, no eran los cuerpos como eran en Grecia, eran los ciudadanos de la Polis como debían ser. Entonces ahí no había una descripción sino una prescripción. Y eso es exactamente lo que ocurre ahora, solamente que ahora tenemos que estar al servicio del consumo; ahora el deber es «tienes que frecuentar lo suficiente el mercado para tener este cuerpo». El mercado de todo: el mercado del bienestar, el mercado de lo sanito, el mercado del gimnasio, el mercado de la cremita, el mercado de toda esa mierda que hará que tengas este cuerpo que representa el imperativo no político estatal sino económico consumista. Hay un cambio de paradigma pero el cuerpo normativo no es descriptivo sino que es un ideal de participación en el sistema. Aparte de eso, me interesó mucho estudiar el cambio en la idea del cuerpo que hubo entre Hipócrates, el del juramento, y Galeno, que se convirtió, y eso sí es tener éxito en sinónimo de médico. ¡Qué grande Galeno! Se sigue diciendo sobre todo en la prensa deportiva. Un vínculo entre el poder y la gimnasia.

Entre las cualidades maravillosas de «Anatomía sensible» es difícil no pensar en su forma. Y aquí vuelvo a la idea del comienzo: hay un lazo subterfugio entre este libro y «Barbarismos», en lo que respecta a la concisión de la prosa y la búsqueda de una estética que destaque y que nos lleve más hacia una experiencia como lectoras de poesía que de ensayo, sin olvidarse, por supuesto de la reflexión y la argumentación que este tipo de textos nos ofrecen. Al preguntarle por la forma y la fusión de géneros en un mismo texto, dice.

N—Es una manera de gozar por los cuatro costados escribiendo. Si cada género fuesen puntos cardinales, según la preceptiva literaria, según el canon uno tiene que decidir hacia dónde va primero. Y vos decís, si pero hacia dónde voy: voy hacia la novela, que sería el norte con la N con mayúscula, voy hacia el este del ensayo, voy hacia el Oeste de la narrativa breve con la O de no sé qué o la W de Walser [Robert Otto Walser] –aunque Walser cuentista no era– o busquemos un apellido con esa letra…, o voy hacia el sur de la poesía, porque el sur no solamente sabemos que también existe sino que es el verdadero polo gravitatorio. No es el norte sino el sur. Fue un modo de escribir circular, como si pudiéramos eso, circular y si es posible en el sentido contrario a las agujas del reloj y entonces pasar por todos los puntos cardinales a un cierto ritmo.

Con Andrés siempre quedan temas que tocar. Las preguntas que me hago siempre son flojas en comparación con su forma de guiar la conversación, que es lo que sucede cada vez que lo entrevisto. Nadie debería dejar de leerlo y disfrutar de su obra, porque no sólo estamos ante un escritor brillante sino también ante un intelectual arriesgado y riguroso (que se hace las preguntas incómodas e intenta responderlas de la forma más sincera y estética posible). Y voy a terminar con este fragmento de «Anatomía» que me fascina.

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Barbarismos y Anatomía sensible, de Andrés Neuman



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