4 novelas sobre la memoria íntima y colectiva

Te recomendamos estas cuatro novelas que reflexionan sobre la construcción del propio relato.

Un libro, una vela y una taza de café que imprimen la idea de memoria

Lo más hermoso de la literatura son esos vínculos que podemos establecer entre obras. Pensar los libros como parte diminuta de un todo: el bosque de la literatura. Rastrear esos vínculos y entender lo que cada lectura aporta a un pensamiento amplio sobre la experiencia humana es una buena forma de fusionar vida y literatura. Hoy te traigo tres recomendaciones de libros que se cruzan, que trabajan desde diferentes ángulos y argumentos con la memoria y la construcción de un decir propio. Cuatro autores que por diferentes caminos intentan pensar en las repercusiones del pasado en el presente y se preguntan si es posible huir completamente de las heridas del pasado.

«Las voces del jilguero», de Eva Losada Casanova (Funambulista)


Eva Losada Casanova
tiene la habilidad de transportarnos. Su estilo intimista pero realista nos invita a explorar con sensibilidad las complejidades de la experiencia humana. En sus novelas encontramos lúcidas reflexiones sobre la memoria, la identidad, el paso del tiempo y las ambigüedades de las relaciones humanas. Su nueva novela Las voces del jilguero es una confirmación de toda una búsqueda literaria donde la opresión de la herencia, la pulsión vital de libertad y la necesidad de reconstrucción personal están en el centro.

Estamos frente a una novela que se halla narrada desde tres lugares distintos, tres voces que se entrecruzan y difuminan, y que, al final, sirven a la autora para invitarnos a pensar en la fuerza tremenda de ciertos lazos. La gran pregunta que planea sobre todo el relato es si una persona es capaz de sobreponerse a la herencia y a ciertos comportamientos heredados que se inoculan y hacen mella en la identidad, si sería posible desprenderse de todos esos mandatos e, incluso, aprender a disfrutar de la vida pese a las heridas del pasado.

Otra cualidad de la escritura de Eva Losada Casanova es la construcción de atmósferas. Desde El jardín sombrío ha sabido presentar historias donde el entorno es sumamente relevante y se convierte en una parte indisoluble de la propia narración. En el desarrollo de su oficio se nota cierta afinidad por la narrativa clásica, donde el tiempo se dilata y la narradora se toma todo el tiempo que necesita para avanzar en su relato. Sin embargo, hay también un claro ejercicio de economía de lenguaje, para no desbordar la propia narración. Y, en ese sentido, Las voces del jilguero demuestra la curva evolutiva de su trabajo creativo.

La lectura nos invita a adentrarnos en el interior de las tres voces principales, cuyas vidas se desarrollan entre Cochabamba y Madrid y nos permite trazar el viaje vital de cada una desde el pasado hasta el punto en que se encuentran. En ese sentido, podría decirse que es una novela que explora las muchas formas de transformar el pasado en caldo del cultivo para un determinado presente. Para apuntalar la trama, Eva Losada Casanova se apoya en la literatura, en el lugar que ocupan las librerías en nuestra vida como lectores y en la fascinación por la palabra escrita. Es también un precioso homenaje a la forma en que la literatura nos acompaña a lo largo de la vida.

Las voces del jilguero es una novela bellísima a través de la cual la autora practica esas preguntas eternas, a las que siempre volvemos y que nunca terminamos de responder. Preguntas fundamentales sobre la capacidad de amar lo que nos ha tocado en suerte y la posibilidad-necesidad de liberarse de las cadenas del pasado. Asimismo, es una novela brutal sobre la forma en que los vínculos afectivos determinan nuestro desarrollo emocional.

«Minimosca», de Gustavo Faverón Patriau (Candaya)

Lo primero que me impactó al leer esta novela de Gustavo Faverón Patriau fue la forma diluida de su estilo, que me ha recordado muchísimo al maestro Sergio Chejfec, donde el relato se fragmenta constantemente y requiere cierta atención de nuestra parte para poder apreciar esos huecos o espacios sombríos que rodean el texto y sobre los que el autor quiere que nos detengamos. Minimosca (Candaya) es una obra que desafía las convenciones narrativas tradicionales y que trabaja con un lenguaje vacilante. Desde la propia estructura, donde intuimos laberintos infinitos que impulsan nuestra atención y nos disuaden de entender si hay verdaderamente un relato central o la literatura es una experiencia en movimiento que se construye de múltiples ficciones y voces que se entrelazan.

Encontramos siete relatos que, aunque pueden leerse de forma independiente, están interconectados por personajes recurrentes y tramas que se tejen con ciertas consonancias. Se nota una clara intención de romper (o al menos desafiar) la linealidad temporal y la tendencia natural de la escritura. Algo que me ha recordado Los incompletos y 5 de Sergio Chejfec, pero también que se produce en línea con esa tradición liderada por los relatos de Las mil y una noches, donde todas las narraciones se retroalimentan y ninguna historia funciona del todo en solitario.

Es una novela que propone una visión contundente sobre la escritura, como un viaje constante o una búsqueda sin descanso. Lo que ocurre en verdad no ocurre o no contiene el eje de la narración; son escrituras del cómo, del mientras tanto, de la transformación interior de los personajes. A través de ella, el autor nos ofrece una nueva mirada sobre temas clásicos: la violencia, la paternidad, la identidad y la memoria. Por otro lado, hay una revisión de las muchas formas oscuras de los vínculos, las características de la maldad y el sadismo.

Toda escritura es una pregunta sobre el oficio. Aquí, la reflexión no pasa desapercibida. Junto a una gran lista de referencias que van desde Borges a King (hay numerosos comentarios sobre sus obras y las interpretaciones que han tenido a lo largo del tiempo) encontramos un hilo del que tirar para seguir pensando la literatura. Faverón Patriau plantea preguntas sobre la responsabilidad de la escritura, acerca del compromiso ético que vincula al autor con su tiempo y las formas de explorar las posibilidades del lenguaje; una de las más interesantes cualidades de la obra.

Minimosca no es una novela fácil, exige atención y cuidado. Una de esas lecturas que llegan y se quedan para siempre pero que supone cierta dificultad debido a su gran apuesta formal. Una lectura para quienes tenemos preguntas sobre la escritura y sobre la vida y para quienes asistimos a la lectura como quien busca y desea encontrarse con la sorpresa. El grado experimental de la escritura de Faverón Patriau lo ubica cerca de aquellos que se han animado a mover un poco más la línea entre lo real y la ficción, apoyándose en las amplias posibilidades de la palabra, que son infinitas. Una novela que amarás si el lenguaje te conmueve a niveles profundos de conciencia.

"Las voces del jilguero" de Eva Losada Casanova y "Minimosca" de Gustavo Faverón Patriau

Dos novelas sobre las formas de pensar el presente desde la herida

«Todo lo nuestro» de Daniel Franco Sánchez (RIL Editores)

El punto de partida de Todo lo nuestro de Daniel Franco Sánchez (RIL Editores) es un encuentro inesperado en un vuelo. Junto a los asientos que ocupan el protagonista y su hija hay un desconocido que terminará resultando un personaje familiar para el protagonista. Un suceso inesperado que dará pie a una novela íntima y familiar donde todas las oscuridades y las heridas aflorarán y le permitirán al autor a explorar dos de los temas más potentes en la literatura: la memoria y la violencia. La historia de una familia arrasada por las desgracias y los silencios mortales.

La pregunta subterfugia que impulsa la escritura es: ¿qué tipo de violencia tuvo que enfrentar nuestro protagonista y qué visión tiene del patio de su infancia? A través de un relato cercano que va desvelando poco a poco el trabajo afanoso de la violencia y la traición en la psique del personaje nos iremos adentrando en su pasado y el pasado de su familia. En un momento, además, crucial para la vida colombiana, con el surgimiento y resurgimiento de la violencia institucional. El conflicto armado en Colombia se entrecruza con las tensiones internas de una familia y ambas líneas sirven al autor para explorar desde lo íntimo a lo colectivo las heridas profundas que traza la violencia sobre los cuerpos y las sociedades.

Entre los rasgos destacados de la novela habría que señalar la mirada cruda sobre la realidad, cimentada en una reflexión sobre los puntos en común que tiene la agresividad en el plano privado y en el público. A simple vista tenemos la sensación de que no hay posibilidad de salvación; no obstante, a través de pequeños giros en la escritura, el autor inocula cierta luz que inoculan en el relato la esperanza. Una familia, al igual que una sociedad, se pueden destrozar con la mentira, los abusos, el silencio y la traición, pero también pueden operar silenciosamente la posibilidad del rescate. Esto, creo, se consigue a través de una nueva forma de pensar el resentimiento y las consecuencias de la brutalidad.

La temática elegida por Franco Sánchez es compleja, y puede dar juego para el sentimentalismo y la rabia contenida; sin embargo, la forma de abordad el dolor, la violencia y la reacción ante la traición creo que son acertadísimas; es una novela que nos permite comprender las contradicciones de toda perspectiva, y la capacidad de supervivencia que nos convierte en animales preparados para la guerra pero también para la salvación.

La memoria personal y colectiva está en el centro del relato, atravesada por los aspectos relacionados con la identidad y el perdón. Todo lo nuestro es, por otro lado, una forma maravillosa de contar lo que tuvimos y perdimos, lo que anhelamos y nunca llegó a hacerse realidad, y termina siendo, dentro de esta reflexión contextual significativa, una reflexión interesantísima sobre el dolor y las heridas del pasado que se reabren de forma azarosa mientras avanzamos en la vida.

«Donde florecen los manzanos» de Karina Sacerdote

Donde florecen los manzanos, de Karina Sacerdote (Salamanquesa Ediciones) es la segunda novela de esta escritora argentina. Una historia que nos presenta a una mujer que, luego de muchos años entregados a un matrimonio que no la hizo feliz, tras la muerte de su marido decide reconstruir el relato de su vida. En ella, encontramos una preciosa reflexión sobre el amor y la memoria.

Catalina es una mujer de más de ochenta años que recibe una nueva oportunidad en la vida. La muerte de su esposo en lugar de llevarla a un territorio de dolor y desesperación, supone para ella un punto de liberación. A partir de ese momento decide reconducir su existencia para realizar aquellas cosas que en su matrimonio no pudo.

Lo primero que hace es regresar a la casa de la familia en Mercedes, una mansión arruinada que será el espacio donde tendrá una segunda oportunidad de felicidad. En este elemento encontramos una visión doble: la reconstrucción interior se plasma físicamente en el reacondicionamiento del viejo caserón y del cuidado de los manzanos, que tendrán un valor real y simbólico para la protagonista.

Este viaje de regreso metafórico a la infancia la acercará a sus recuerdos más preciados, ocultos en todos esos años de matrimonio. Y volverá a su memoria una persona que fue muy especial para ella en el pasado, Irineo Córdoba. Pero este viaje no estará exento de culpa y nuestra protagonista deberá también enfrentar el resentimiento y la forma en la que ha actuado a lo largo de su vida, al alejarse de los vínculos y construirse un mundo de autoprotección. A través del texto, la autora explora temas universales como la vejez, la desvinculación entre el ser y el cuerpo y la opresión de las mujeres en épocas pasadas.

Donde florecen los manzanos es una novela que se disfruta con sus tensiones y los momentos dulces, y que nos permite reflexionar sobre nuestra relación con la madurez y el amor y, principalmente, sobre las muchas maneras que existen de construir la memoria y el propio relato. Karina Sacerdote nos ofrece una bella historia de amor adolescente pero vivida desde los ojos de una anciana. Lo que devuelve a la sensibilidad el recuerdo de un primer amor que nunca ha llegado a olvidarse del todo.

Los espejos en los que nos miramos siempre conducen al pasado o permiten la entrada de la luz de otro tiempo. Espero que estas cuatro novelas llamen tu atención y que puedas a través de la lectura seguir pensando en la forma fascinante en la que construimos nuestra percepción de las experiencias. Historias familiares, historias de amor, historias de soledad narradas desde diferentes lugares pero que intentan explicar lo mismo. Una buena apuesta para leer esta primavera.

"Todo lo nuestro" de Daniel Franco Sánchez y "Donde florecen los manzanos" de Karina Sacerdote

Dos novelas sobre las formas en que el pasado regresa e impone sus preguntas



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