Engaño

Cualquier hombre en mi lugar los hubiese matado… nunca sabrá que volví a verla, lo juro– mascullaba el hombre con sombrero de yarey frente al mar rizado.
Si, cualquier hombre en su lugar los hubiese matado luego del descubrimiento atroz; a ella tal vez no, sino al aborrecible zanahorias, ese canalla de pelo rojizo pintado de pecas hasta el cogote. Pero él no era un asesino, si hubiese hablado antes, tal vez ella lo hubiese perdonado… todo era absurdo, ya no había nada que hacer…

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El viento sacudió bruscamente las ramas de los arbustos arremolinando las hojas por toda la caleta. La lluvia comenzaba a caer sobre su plateada superficie como si lanzaran paletazos de pequeñas piedras. Los binoculares atraparon las primeras sacudidas del mar, se alejaron hasta chocar con el horizonte cortado por el filo del temporal y luego regresaron a la costa.

Cerca de la orilla, una mujer quiso inclinarse para depositar algo en el agua, pero le fue imposible; una ráfaga repentina casi la empuja a caer dentro del mar. Perdió el equilibrio cayendo sobre la arena mojada con el paquete en las manos, enredándosele el paraguas que se viró al revés, y ya parecía que se los llevaba el viento a ambos. La mujer se levantó tratando de apurar su encomienda bajo el cielo encapotado de un acero moteado con nubarrones magenta.

Muy complicado el proceso– masculló de nuevo el hombre con sombrero de yarey, quien la observaba a distancia desde la escalerilla de proa de una precaria embarcación anclada en el muelle. La risa nerviosa le provocó un ligero temblor, un hormigueo le recorrió el cuerpo y el desasosiego vino a posársele en el pecho. Tuvo una angustiosa sospecha que lo hizo vacilar en su propósito de escrutar la figura femenina con los binoculares, pero se dejó vencer por la curiosidad y acomodó el objetivo. Su rostro se contrajo en una mueca. Se quedó pasmado al contemplar a la mujer que sostenía el paquete entre sus manos. Sintió que se le doblaban las rodillas y se le entrecortaba la respiración. Apartó por un momento los lentes, pero aún sin quererlo la seguía viendo: sentada a la mesa, frente a la estufa, al pie de la cama…

Se frotó los párpados cerrados con el envés del puño húmedo, haciendo un esfuerzo para sacar de su retina las secuencias que se amontonaron. La vio de nuevo velada por la lluvia, la descubrió en la niebla del tiempo perdido con su ropón de seda rosa delante del espejo…

En el centro tornasolado de la lágrima, confundida con una gota de lluvia, la imagen de la mujer se le escurría entre las pestañas, resbalaba en la pendiente de un fondo gris para perderse en el laberinto de la memoria. Quiso recuperarla, pero la imagen se convirtió en una sombra, en un manchón sepia en el que se amalgamaron los recuerdos. Sintió un pinchazo aguijoneándole el empeine que le hizo bajar la vista hasta comprobar el origen del dolor. Entonces recuperó la visión que se fue aclarando hasta hacerse casi palpable, cálida como un fantasma almizclado con el aroma seductor y nefasto del recuerdo.

**********

Sentado al borde del lecho, impasible conocedor de su amargo secreto, la escuchaba declararse culpable sin desmentirla al tiempo que sentía en éxtasis, el contacto tibio de sus manos cuando acariciándole la entrepierna, arrodillada ante él, suplicaba la perdonase por su maldita esterilidad. La dejó padecer, llorar…, ella, cargaría esa cruz por el resto de sus días dispuesta a perdonarlo si él decidía dejarla por otra mujer que no fuese estéril.

Tal vez debió hacerlo antes, pensaba; dejarla, ser feliz con otra mujer, aunque ninguna pudiera darle el hijo que férvidamente deseaba y cuya falta amargaba no sólo su existencia, sino la de ambos.

Notó como el dolor físico se atenuaba ante la presencia de su dolencia moral y la vergüenza lo hizo tambalearse. Se inclinó sobre la baranda. Abrió de nuevo los ojos mirando como la mujer luchaba en contra del viento hasta recuperar el equilibrio y repetir la operación tratando de deshacerse del bulto; después de lanzarlo con un último movimiento pendular del brazo, lo vio caer al mar.

¡Al fin! -. El hombre alzó de nuevo los binoculares guareciéndose de la lluvia bajo el alero de la escalera. La vio hacer visera con la mano debajo del paraguas chorreante. Un amasijo de viejas fotografías flotaba en la superficie del agua, que las iba esparciendo mientras formaba un collage de reminiscencias que la lluvia y el viento arremolinaron y que luego se distrajo del absurdo simbolismo para caer en la trampa del mar.

De nuevo los binoculares dando en el blanco de aquel rostro, bajando al blanquísimo cuello, al los pechos tantas veces consentidos…

Transcurrieron siete años en que no quiso saber de ella. Tampoco se preguntó si hizo bien al buscar refugio entre los pescadores. Después de todo, confesar su engaño habría sido la peor solución.

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La mujer dejó de luchar en contra del viento y la lluvia. Una vez más, los binoculares descubrieron sus facciones (las vio endurecerse), recordándole aquel tiempo en que el sufrimiento parecía haberla marcado para siempre. Ahora se le antojaron serenas. Tal vez encontró algo de tristeza en ella cuando trataba de deshacerse del envoltorio, pero al final la percibió tranquila, hermosa. Claro que ya no era la misma: tenía en el gesto la arrogancia que le pudo haber otorgado la seguridad en sí misma.

Bajo el ala del sombrero de yarey, atareado en su reacción ante el reencuentro, no pensó que pudo acercarse y ocultar su presencia tras su nuevo disfraz de hombre de mar, ¿cómo la dejó escapar?… La siguió con los anteojos hasta que la mujer logró meterse en un coche que permanecía con el motor y los faros encendidos. Tembló entonces de rabia y de espanto con el descubrimiento: un chiquillo la esperaba apacible, sentado en el asiento trasero, inclinándose de vez en cuando para asomar la cabeza por la ventanilla. Ella lanzó el paraguas inservible fuera del auto y se largó chillando las gomas del vehículo.

El hombre pudo al fin dejar su sitio debajo del alero, se desprendió de la barandilla y corrió a pararse frente al mar. La lluvia le caía encima abrillantando las canas incipientes, bajando a confundirse con sus lágrimas. Una vez más la había perdido, ahora para siempre. Perdió también la noción del tiempo observando como ambos con sus antiguos disfraces eran absorbidos por la corriente, desmanteladas sus máscaras bajo quién sabe qué siniestros propósitos de las aguas.

**********

Una mano cálida se posó en su hombro para avisarle que ya era hora de zarpar. Era Sirena, la mujer con la que había convivido los últimos dos años; una prostituta de los muelles que lo había dejado todo para seguirlo. Y ahora, el viaje prometido, a fin de cuentas Sirena nunca le había preguntado nada.

Se fue del brazo de la mujer, penetrando el abierto recinto de la desmantelada borda, caminaron en silencio y se secaron sus ropas frente al mar. Temblaba al lado de su marchita sirena que lo arrulló como a un niño. Masculló unas palabras escabulléndose de la costa por cuya caleta una mujer acababa de romper con el pasado. Pensó en todo lo sucedido, en cuanto había deseado ella aquel hijo que, tristemente ahora, venía a la caleta acompañándola a escupirle a él, en pleno rostro, su delito, la mentira atroz; a humillarlo, a penetrar con el puñal de aquel pelo rojizo y la tierna carita pintada de pecas hasta el cogote, hasta lo más hondo de su infame conciencia; a revolver en el dolor de su sexo árido, ahora con mayor fuerza que nunca.

La antigua belleza de su sirena pareció surgir como una pequeña llama en las tinieblas. Lo miró compasiva. Lo besó como se besa a un hijo.

El hombre se abrigó en sus brazos y dejó de pensar.

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Ciudad de Miami (1996)
M.E. Caserio. Todos los derechos reservados

Más información sobre María Eugenia Caseiro

Comentarios9

  • bebu

    El cuento estubo hermoso, la originalidad, creatividad del autor me encanto, gracias.

  • shiomara

    hola

  • nely

    soy una chava muy triste por que mi novio no esta junto ami...

  • ofelia

    hola yon son una chava que no ni porque soy asi por que yo me gustan los casados y que ando un un chavo que le dicen el tamarindo =camerino............

  • maria alejandra

    ola soy maria alejandra y a mi me gusta un chico pero me han dicho q el tambien gusta de mi pero no lo creo

  • Jacek

    Hola la historia estuvo muy padre, pero yo estoy en la misma situacion, mi novia me engaño, por suerte la descubri y ahorita estoy dolido, ahora busco novia, lastima que soy muy romantico.

  • Yvonne

    hola que bonita historia. estoy muy triste pues mi novio me engaño con una chava que los dos conocemos pero apesar de eso sigo con el. lo amo demasiado pero de todos modos no deja de poderme aunque todos me dicen que que estupida aun no lo dejo. Porque cuando uno ama de verdad te lastiman de esa manera?

  • ANDREITHA

    HOLA AMIGA TE CUENTO Q ESTOY ENOJADA CON MI NOVIO POR SE FUE A LA PROMO DE SU PRIMA Y NO SABES Q ESTABA CON LA ESTUPIDA DE ESA PERO Q SINICA SOLO ES ESA Q ESTA DE CAPRICHO SI SABE Q EL YA ESTA CONMIGO PERO ME DA IGUAL NO INTERESA LA JODIDA ES ELLA NO YO NI EL PERO SE DARA CUENTA CUANDO EL YA ESTE VIVIENDO CONMIGO.CHAUSITO TE LLAMO MAS TARDE.

  • karina

    mi pololo se fue a quintero u_u ; y no lo vere hasta nose cuando yo creo que me cago porque ya lo hizo una vez & dos veces no le cuesta a nadie nose que hago aqui osea que oso xd ; pero no encontre nada mejor para desahogarme :3 ; eso chaito *-*



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