Que no te pase a ti

 

Era caída la tarde. Supe que Mario llegaba porque el portón rechinó. El perro de la casa lo recibió festivamente. Yo le dije el mimo al que lo tenía acostumbrado, cuando abrí la puerta: "Pero si vas a resfriarte con el fresco de la calle, cariño. Pasa pronto, pronto, y tomaremos un té de chamomilla ". Los hombres son niños. Y somos ...

Primo cruel

 

Cuando Narcisa Ibáñez enviudó, y luego de una breve enfermedad sus ojos asustados se cerraron, en una tarde en que un jilguero picoteaba nerviosamente los vidrios de la ventana de su habitación, Clementina, su hermana, supo que debía traer a sus sobrinos a vivir en su casa. Eran mellizos de siete años, la niña con ...

El forastero

 

En el pueblo no ocurría nada. Gertrudis, que vendía flores de origami frente al cementerio cada domingo, y Andrés, que solía traer alguna que otra presencia dominical suya hasta el portón de hierro para que se viera la calidad de la gabardina de sus pantalones, hablaban, y hablando tosían niebla. A veces les pasaba por los ojos el recuerdo del día en que vieron abandonar al cura párroco el ...

Mi noble y amada bestia

 

Iba yo con mi perra, noble bestia, de las pocas que hay, paseando por la vereda de mi cuadra. Precisaba cumplir el primer mandamiento de la gente con ciertos síntomas de estrés y agotamiento nervioso: la caminata. No pensaba en los políticos, ni en las aflicciones del mundo, que son muchas, pues mis propias aflicciones ya me dan para comer. Mi pensamiento estaba ocupado por la idea aquella de que ...

El disertante

 

Del libro El Club de los Melancólicos, editado por Servilibro. La señorita Sara Arzamendia era una escritora que tenía su tiempo arreglado. Se levantaba cuando el olor de su patio cubierto por enredaderas, aloes, helechos y flores de las más diversas especies, se hacía fuerte y le provocaba estornudos. Los abejorros venían a estrellarse, en esos momentos, contra su ventanal de vidrio. Después de ...

Orquídeas para Clara

 

Por un camino de polvo uno iba a la Farmacia Lázaro, y ahí, el farmacéutico, que llevaba una vida sedentaria, te contaba algún chisme, cualquier zoncera, porque gran cosa no ocurría nunca. Todo era un asomarse a la ventana, y mirar a la calle, que al atardecer tenía un color sombrío y apagado, y luego, cansado del triste espectáculo volver ...