Vicenta García Miranda

Seguramente el transcurso de los años y la falta de registros o de documentación fidedigna expliquen por qué no se puede reconstruir con precisiones la vida de Vicenta García Miranda, una autora española que, según ciertas fuentes, nació en el municipio de Campanario un día de agosto de 1816.

De su raíz materna no hay referencias. Sí, en cambio, se sabe que su padre, un farmacéutico llamado Antonio García Miranda que le transmitió el interés por la literatura clásica y la poesía estuvo postrado por más de una década a causa de una enfermedad. Esa situación, que obligó a la familia a residir en el hogar de un tío paterno, dificultó la formación académica de Vicenta.

El destino obligó a esta escritora a desarrollar una gran fortaleza para superar cada obstáculo: lamentablemente, esta mujer que celebró su boda en 1833 tuvo que enfrentar la muerte de su primogénito (un bebé nacido en 1841 que falleció once meses más tarde) y adaptarse en 1843 a ser viuda.

Una composición poética de Carolina Coronado leída en 1845 la impulsó a elaborar sus propios versos y a entrar en contacto con su admirada poetisa, quien terminó convertida en su mentora.

Con el tiempo forjó lazos de amistad con otras exponentes del género poético y asistió a los encuentros del Liceo de Badajoz, del cual fue socia facultativa. En compañía de algunas colegas constituyó una Hermandad Lírica, red fortalecida con cartas y obras que, en su mayoría, tuvieron un carácter homoerótico.

Poco a poco, sus textos enriquecieron las páginas de medios como “Ellas. Órgano oficial del sexo femenino”, “Periódico científico, literario e industrial”, “El despertador montañés” y “El Lirio”.

Su legado conservado es escaso pero suficiente para mantener viva a su figura: “La poetisa de aldea”, “Flores del valle” y “Alzad, hermosas, la abatida frente” son creaciones de esta española que, entre 1849 y 1875, abrió las puertas de su casa para hacer tertulias.

El último tramo de su existencia fue difícil para ella por cuestiones de salud: la muerte le llegó en 1877, cuando ya no podía valerse por sí misma y había perdido la visión.



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