Teresa Domingo Català

Poemas de Teresa Domingo Català

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Teresa Domingo Català:

Cariátides

Las cariátides andan sobre piedras
como cisnes que anhelan otros cisnes
en los puertos surgidos de la luna.

Las cariátides y Pigmalión
conversan ateridos y distantes
sobre el cruel simulacro de la vida.

Mientras, transcurre la hora oscura
con el temblor añadido del invierno,
con la carne manchada por las flores.

Las cariátides quieren ser la noche,
esponjarse en sus húmedos lugares,
y brillar como grillos antropófagos.

Pigmalión se deslíe y sus palabras
constelan el aire, los madrigales,
y envenenan los besos terroríficos. .

¿Cómo no temer el tiempo impío
en que arden las crines ya salvajes
de las estatuas frías como un sol
apagado en la soledad del cosmos?

¿Cómo no amar el sortilegio
que cubre de sombras y de escamas
la tiniebla eterna que fluctúa
entre luces novas y saltamontes?

Las cariátides tocadas por el verbo
vuelven a ser mármol, a ser cisne
tallado en un litoral de isla.

El glaciar

Crepita el glaciar del cielo,
se anuda al pecho liso de la luz
como una caracola incandescente.

El glaciar alisa los cráteres malditos
y se enfrenta al poder de la masacre
como un halcón de pico congelado
y unas pequeñas alas de amuleto.

Sortea las pavesas de la tarde
con una pulsación estéril, vaga
por los contornos de los cantos míseros
que dan la bienvenida a la tiniebla.

Se detiene con las anginas toscas
de ese cielo que al despuntar el día
desangra amaneceres como un lápiz.

Y sueña al derretirse con la nieve,
enraizada en el espacio cósmico,
por quien renacerá en la noche nueva.

Dormir en ti

Dormir en ti, desnuda de abalorios,
amada por la calma de tus horas,
en tus ciénagas, en tus ciegos páramos,
con los ojos de sístole y penumbra
que arrancan alaridos al invierno.

Dormir en ti; los pájaros nocturnos
se enamoran de besos y cuarteles
donde reposar del vuelo, del fin
del nido y del estrago, y el helecho
gotea agua, lluvia mensajera.

Dormir en ti, en el canchal del río
donde arrasas, en el enigma triste
de los lirios oscuros, en océano
enloquecido por tus manos dulces
que penetra la casa en donde moro.

Dormir en ti, tras los acordes blancos
de tu silencio, que adormila búhos
y lechuzas encarnados en piel,
con sueños habitados de un futuro
lleno de soledad y de catástrofe.

Dormir en ti, al ángel de los hielos,
en tus pechos de diosa primigenia,
con roces de la rosa ensangrentada
y el murmullo del águila triunfante,
dormir, dormir en ti, sí, para siempre.

La lluvia de la noche

La voz oscura prende soledades,
aísla el sueño,
perturba a los insomnes.

La lluvia, la palabra de la noche,
también roza el día con su aliento
de fuerza estremecida por las nubes
que lavan el círculo polar
con las ablaciones de la nieve.

El agua, perdida, se confunde,
se alía con la niebla derrotada,
goza del estertor de los rosales
que no pueden soportar
el firme aullido de las sombras.

El agua se inmiscuye entre los setos
para averiguar la blasfemia de sus gotas,
y el rictus amargo de una espera
que pide ser oída en la catarsis
de esa misma agua derramada.

La noche dice, canta sus pesares,
alivia su dolor, su desconsuelo
con frascos de alquitrán, fosas comunes,
donde reposa la osamenta de un pasado
preso en los avatares del murmullo.

La noche se desprende de su piel,
minada por el paso de la lluvia
que desciende a la losa de la tierra.

La escalera

Me conmueven las horas de la noche,
el vibrante rotar de sus aletas,
el singular acento de sus párpados.

Como un niño, rescatan la inocencia
transgredida entre soledad y nieve,
la libertad del mundo de los sueños.

¿O esclavos son los sueños, la memoria
que nos dirige atrás sin pasaporte,
y nos revela a cámara encendida
la terrible verdad de la mañana?

De Jacob la escalera permanece
abierta a las ventanas de los ángeles,
que bajan al dosel de los infiernos
para entrever el mito del azogue.

El dolor

La cera viva de retales sabios
aviva, con el poso de las piedras,
las naves acerosas del ayer.

Insemina en la llama de la vela
el último perdón insobornable.

Acrecienta el único dolor
que verá su reverso circundado.

Atrapa cien mil huellas boreales
que insisten en vivir abigarradas.

Sentencia la venida del cordero
con la voz de una noche escandalosa.

Coagula el esplendor sombrío
de las hojas cautivas en las alas.

Apresa el litoral de la península
con la nieve que borda tempestades.

Aniquila el clamor que resucita,
de hinojos, las rodillas golpeadas.