Libélulas

Saúl Ibargoyen

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El viento salta
desde los más lejanos
verdores de la ceiba:
rompe las confusiones
de la luz:
destruye el perfecto temblor
de un vuelo transparente.
De espaldas en la alberca
la libélula
no puede gritar
los colores de su muerte:
sus quietos dientes
aún se ocupan
de un hígado de mariposa
de una leve víscera de cínife
de los muslos de un gusano
macerados por el sol.
Gotas de ceniza rodean
las alas aplacadas
los metálicos ojos
el largo vientre
de ese bicho del Diablo
capturado
por labios fangosos
y lenguas inmóviles.
En el fondo de piedras azules
se disuelven
pequeños cadáveres
como cáscaras de carne.
En los cielos
de más arriba
-bambú eucalipto palma realnadie
ve las sedosas sombras
el fulgor de las mandíbulas
las olientes cacerías
y el viejo viento
que comienza a declinar.

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