Como todos los huéspedes mi hijo me estorbaba
ocupando un lugar que era mi lugar,
existiendo a deshora,
haciéndome partir en dos cada bocado.
Fea, enferma, aburrida
lo sentía crecer a mis expensas,
robarle su color a mi sangre, añadir
un peso y un volumen clandestinos
a mi modo de estar sobre la tierra.
Su cuerpo me pidió nacer, cederle el paso;
darle un sitio en el mundo,
la provisión de tiempo necesaria a su historia.
Consentí. Y por la herida en que partió, por esa
hemorragia de su desprendimiento
se fue también lo último que tuve
de soledad, de yo mirando tras de un vidrio.
Quedé abierta, ofrecida
a las visitaciones, al viento, a la presencia.
Volver a Rosario Castellanos
No sé si lo había dicho antes, pero yo no pienso tener hijos. Será lo más sublime, será lo mas hermoso, será lo más perfecto. Seré muy egoista, no quisiera que alguien crezca a mis expensas...
No quiero un alma sólo para que robe mis últimos vestigios de soledad.
Seré adicta a la tristeza, a la libertad y a la soledad.
Pero sobre todo.
Seré muy joven y hablaré por hablar.
Te amo Rosario, hasta tu tumba te lo digo, y cuando puedas, me saludas a Jaime.
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