Onán

Isabel de los Ángeles Ruano

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Con horas viejas colocadas en desvanes y 
perspectivas deshabitadas
con silencio de lluvia y azucenas que se tiñen con
la tarde
las manos acarician la soledad, penetran sus 
vertientes
y producen el vértigo mientras un rayo se 
desprende.
(Afuera los jardinillos tiemblan, demudados).

Estremecimiento de armazones de hojarasca,
sin ningún galope, y con una suave, dulce
violencia
delineando la alcoba.

No hay ira, sólo la ternura pequeña, íntima,
del instante desflorado sin entrar ni a la luz ni
a la sombra.

De esta manera las manos se desciñen de sí mismas
y se sienten de barro, y así puras,
han sido desfloradas de su ruta
y se muestran como dos clowns grotescos
danzando sobre la nieve.

En el misterio, junto al vagido muerto,
en el calor perdido de una chimenea apagada
por miles de milenios de rostros convulsos
pudo entonces, Onán, encender una hoguera.

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