Genaro Ortega Gutiérrez

Poemas de Genaro Ortega Gutiérrez

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Genaro Ortega Gutiérrez:

Lunar en el hombro

Someramente
queda devastada y amarga la memoria
como el interior de una flor
donde un sátiro
ha descubierto los rápidos pespuntes del agua.
Un silencio dramático
camina por los vasos comunicantes del exterminio,
por los senderos
donde nuevos amantes desarrollan
su lenguaje de ruina, escarnio y trance.
La palabra, por las capas infinitas,
-inmóviles- de los acontecimientos
encarna la subversión de una anécdota atractiva,
una pausa en la zona de peaje,
la formula
magistral de una monotonía exacta.
Ligeramente/someramente cocida
o cruda, la apariencia
(sinónimo de sinfonía)
puede engañarte mucho.

El ojo del huracán

Gracias a la generosidad de la lluvia
has mesurado esta tarde
los extremos recónditos del jardín:
un fotograma en blanco y negro. Lentitud
que ennoblece la llanura del plano
y te convoca a la calidez
de otra historia, reduciéndolo todo
a su última pasión nefanda.
Como un amor adolescente
o un atentado terrorista,
en cuya gravitación se mueve, inexorable,
la palabra que conspira
-desalmada-,
puesta al servicio de unos dogmas
que buscan equivalencia
entre el espíritu y la forma,
entre el amanecer y el mar.
Quizás,
después de todo,
la verdadera poesía está
fuera del tiesto.

Monotonía del tacto

Nada, o muy poco,
trae consigo esta lluvia.
Un almanaque
de recuerdos que has logrado convocar, envilecido,
en lo magnético y lo geométrico
del pequeño jardín,
bien medido, bien rimado.
(Cada teoría tiene
su arquetipo,
al que presta su justa encarnadura la fatiga,
la ebriedad,
el terciopelo
de algunas rosas).
Todo por abandonarse
a la deriva de los elementos,
al índice de la flecha,
sin ningún reparo ocasional,
con fiebre, con ansia de gloria.
Tu ebriedad
es tu música, tu adjetivo.
Los porcentajes vienen a tener un fin idéntico:
confesar el horror
ante los intersticios del ser,
los flacos hemistiquios de la memoria
y las gotas.
Juegas
a dejarte libre.
Ellas te van conduciendo.

Talón de aquiles

Lo escuchas desde la orilla remotísima
de la lluvia, aunque la piel
estremecida se te levanta en llanto
y las palabras danzan
en el vértigo herido de tu esqueleto.
Lo oyes con los ojos,
como algo antiguo y perenne que es,
por sí sólo,
un sistema válido de correspondencias
entre la calidez de la piedra
y la distancia del sentimiento.
Que a lo mejor son amargas circunstancias,
pero configuran una personalidad compleja.

Azul en el ombligo

Pocas cosas
más elocuentes que los silencios de las gárgolas,
cuando las noticias meteorológicas
confirman una tendencia imparable
de fatuos relámpagos,
si flamean las rodillas y la lengua demanda peces,
pues no es extraño que sean
otros labios cercanos
quienes cultiven la semilla robada a la noche,
su madurez preinstalada
como voz que rebota por dentro
-aún lectora tardía-,
y sale al paso del trueno
o crece en elasticidad.
El ojo de la aguja.
La mirada de la aguja.
Los belfos del viento por las arcadas.

Falo de ayer

Profanas candelas te conducen
permanentemente a callejones sin salida,
huecos donde pierden el perfil las caricias
y la sombra aborrece la salada fluidez
de la almendra.
Básicamente
es el viento quien esta tarde
pone el dedo en la llaga,
consciente
de su poder evocador de bramidos y naufragios,
cuando empieza a narcotizarte
la rutina, y los sonetos
no aportan un grano de arena al espejo
que se encorva al final del pasillo.
!Qué lujo hubiera sido
poder atisbar ese mar azul,
jardín de flores mestizas
con los estambres cargados de polen
y el diálogo siempre en clave!