Diario de un seductor

Diario de un seductorCuando empecé a leer Diario de un seductor, sentí el ímpetu, las primeras inolvidables ganas de llevarme las páginas adelante, que todo lector siente, ante una obra de precioso título.

Pues bien, el seductor, llamado Juan, como Juan Tenorio, es un hombre que siente un placer casi obsesivo en ir descubriendo la maestría con que va envolviendo secretamente a su víctima, Cordelia, una mujer hermosa, de costumbres recatadas, que vive con una tía.

Ella se le presenta a él como un durazno que cuelga todavía de la rama del árbol.

Debe aguardar que la fruta madure, porque así son las leyes de carcelero que el seductor se impone a sí mismo.

Después, con un escalpelo, procederá a despojarla de su piel sedosa. La carne, por el momento, no le interesa. Es ella, es su ánimo, son los estadios flexibles o herméticos de su condición anímica, los que movilizan a Juan en este juego caprichoso, que deparará mucho dolor y abatimiento, después, a su víctima.

La voluntad del seductor vibra con cada ascendencia hacia el vértigo de una pasión que debe ser todavía acallada. Todos los detalles de la cacería lo inquietan. ¿Está la dama dispuesta a ceder un paso, y otro más todavía, para convertirse finalmente, en su amada?
Alma y espíritu son partes de un maridaje que magistralmente va mostrando el autor.

El alma de Juan goza ante un ligero parpadeo de Cordelia. Se regodea en su respiración agitada.

Cordelia va al encuentro de su sufrimiento, sintiendo que la victoria está más cerca que nunca. ¡Pobre de ella!
Poco a poco las pieles van cayendo para convertirse en cáscaras muertas.

Las cosas del espíritu (hay que tener en cuenta que el autor de Diario de un seductor es nada más y nada menos que Soeren Kierkegaard) se ubican, con precisión matemática en esa edificación o fortaleza que el protagonista va levantando en torno a Cordelia. Es que, ¿quién, enamorado, no pretende encerrar en un castillo, lejos de la vista de los hombres, a su enamorada?
El proceso de seducción de la dama de marras es una acertada definición de las distintas manifestaciones del ánimo, cuando éste, atareado en torno al objeto de la persona amada, hace cálculos y toma las previsiones pertinentes para que Cordelia termine por caer rendida a los pies del amor.

Se distinguen tres momentos o ritmos del pensamiento en la elaboración de Diario de un seductor: el estadio estético, el ético y el religioso.

Este libro, o este diario, mantiene un carácter poético.

Kierkegaard fue un observador atento y extraño, un hombre atormentado por la melancolía profunda, contrariado por un cuerpo deforme y debilucho, un ser introvertido, raro y maníaco.

Las intimidades del alma son muchas, y él las va orientando, con sabiduría.

No ha de pasar tanto tiempo para que Cordelia caiga en sus manos.

O en sus brazos.

O en sus garras.

Entonces, viéndola enamorada, y sin perder tampoco de vista a alguna damita que atrae su atención, termina repudiándola.

Ya se abrió la corola para Juan, y el amor deja de tener sentido para él.

El libro comienza, desde luego, con las quejas, con los asedios de Cordelia, que le escribe, llorosa, que siempre será suya.

En fin, esta obra es para leerla lentamente.

Y es también, para los entendidos en todo lo que pertenece al espíritu, al alma, y a sus veleidades.

No se puede leer Diario de un seductor si no se tiene algún conocimiento de filosofía.

Parece desmedido decirlo, pero es así.

Un poema de Carlos Villagra Marsal
Repetición del paisaje

Cette aimable nature dont les
beautés étoient sous mes yeux
ROUSSEAU
Les Confessions I, VI

Paisaje
exento
quizá invitación trascordada
promesa de sesgado cumplimiento.

Nos separan
una pátina contigua a la del sueño
y una obligatoria profesión
de silencios.

Oh desmemoriado
paraje resuelto
oh contemplado aroma
oh denominador del tiempo
oh distancia curtida
oh digitación de cielo
oh vasija de la intemperie
oh cambiante paroxismo desierto.

Paisaje intáctil
desde mí crece un espejo
de mí sigue manando
tu resplandor ajeno.

(julio 1993)
Para Óscar Ferreiro



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