El avance de la tecnología ha modernizado el proceso de escritura de muchos intelectuales pero, aún así, la máquina de escribir se resiste a quedar en el olvido. Muchos escritores, a la hora de crear obras, conservan la costumbre de trabajar con estos antiguos artefactos en vez de dejarse cautivar por las ventajas que ofrece el ordenador.
En un artículo sobre escritores que no se dejan atrapar por los encantos de las nuevas tecnologías, Tes Nehuén señaló por ejemplo que Tom Wolfe no reemplazó aún su vieja máquina de escribir porque funciona bien. También indicó que una Olympia fabricada en 1946 es la aliada de Danielle Steel cada vez que se sienta a escribir.
En una tuittrevista, en tanto, el autor español Félix J. Palma realzó la importancia de estos aparatos que pese a ser de otros tiempos aún siguen vigentes porque, en su caso, las palabras que necesitaba para contar historias “dormían” en una máquina de escribir propiedad de su padre.
Es innegable que la máquina de escribir, aunque presente daños como consecuencia del paso del tiempo y carezca de un diseño vistoso, es una joya que despierta pasión e interés. Guiados por su magia, en el Museo de Arte Moderno ubicado en Moscú decidieron darle protagonismo por estos días a este elemento por medio de una exposición que plantea el valor de estos objetos como piezas artísticas, antigüedades tecnológicas y herramientas literarias.
En este contexto se descubre (o se recuerda) que León Tostói escribió “No puedo callarme” con una máquina de escribir Underwood.
“200 pulsaciones por minuto”, informan desde Milenio.com, es la muestra que entre otros impulsores tiene al Museo Politécnico de Moscú como parte de la organización. Allí se exhiben máquinas de escribir de distintas marcas y modelos, cubriendo un periodo amplio que se inicia en el siglo XIX y llega hasta fines del siglo XX. Sin dudas, es interesante conocer la historia de estas piezas y sorprenderse con aquellas que aún sirven para dar contenido a muchos libros.
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