Aquella noche,
bajo un cielo que crujía como vidrio roto,
el universo entero se contrajo
hasta caber en los límites de tu piel.
Ya no había mundo,
solo el incendio de tu cuerpo,
la piel suave de café tostado,
resonancia de coral en tus ojos reflejada.
Te sentí como una isla maldita:
salvaje, devoradora,
una hoguera de pureza blanca
que me marcó mi identidad para siempre.
Me arrastré lejos de la arena,
pero mis manos siguen enterradas en ti.
No me fui; me quedé prisionero
en el manglar de tus senos.
He comprendido
que no deseo recorrer la tierra,
sino naufragar perpetuamente
en el abismo de tu mirada.
Ese rincón oscuro es mi único templo
y mi sentencia, el único lugar
donde la vida me duele lo suficiente
como para saber que estoy vivo.
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Autor:
Leoness (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 29 de diciembre de 2025 a las 13:02
- Categoría: Amor
- Lecturas: 2
- Usuarios favoritos de este poema: William Contraponto

Offline)
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