Le acepté un café sin saber
que en ese gesto mínimo
iba a comenzar una escena
que el día no tenía prevista.
Ella pidió por los dos.
Dos cafés breves.
Lo hizo con una naturalidad elegante,
como quien está acostumbrada
a que el mundo le responda
sin levantar la voz.
Había en sus movimientos
una educación que no era aprendida,
sino íntima.
Su sonrisa —
larga, abierta, persistente—
se acomodaba entre sus mejillas claras
como una luz que ha decidido quedarse.
No era un gesto decorativo:
era una forma de presencia.
El café llegó
oscuro, fragante,
levantando una pequeña niebla
entre nosotros.
Y en ese vapor
el tiempo se volvió más lento,
más atento,
como si supiera
que algo estaba a punto de pronunciarse
aunque nadie lo dijera.
—¿Azúcar? —preguntó.
La palabra quedó suspendida.
No como pregunta,
sino como una invitación discreta
a decir algo verdadero.
Su mirada no insistía,
pero permanecía.
Y en esa permanencia
había una cercanía que rozaba,
una intimidad sin contacto
que se instalaba en el cuerpo
antes que en el pensamiento.
¿Cómo explicarle
que uno se acostumbra al café amargo
cuando ha conocido otras dulzuras?
Que hay presencias
que modifican el pulso,
que afinan los sentidos,
que alteran el sabor de las cosas
sin tocarlas.
¿Cómo decirle
que su estar tenía temperatura,
que su silencio dejaba huella,
que su forma de mirar
era suficiente para cambiar
la manera en que el día se sostenía?
Tomé el café sin azúcar.
Negro.
Limpio.
Exacto.
Porque cuando alguien,
sin proponérselo,
endulza el mundo con solo existir,
uno aprende
a no añadir nada.
Eso fue lo único que pude decir.
Y aun así,
supe
que el verdadero diálogo
apenas comenzaba.
MICHELLE RUIZ TOMASINI.
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Autor:
MICHELLE RUIZ TOMASINI (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 16 de diciembre de 2025 a las 04:55
- Categoría: Sin clasificar
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Offline)
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