Epígrafe
Mi casa ya no es mi casa;
tiene ojos grandes
amarrados en el solar.
I
Ahora que la poesía nos habita,
yo sé cuántos gritan tu nombre
y se pintan con el color de tu esperanza.
Sí,
a eso que tú llamas esperanza,
y que aviva el silencio de mi casa.
II
Está vacía su alma de mujeres y de niños.
Ellos apenas corretean
la antesala de mis delirios…
Ellos, los del llanto apagado,
se pasean somnolientos
por paredes de vinagre y sal,
relamen el crucifijo
puesto en el diván.
III
Se marcharon los abuelos
del libro y la postal;
los del cuento
cuando no era la hora de soñar.
Ellos tampoco están,
pero apagaron la tv,
la interactividad,
y unas pequeñas cosas
han dejado en mi solaz:
IV
un perro que maúlla
cuando debía ladrar;
un gato que aúlla
llevando su antifaz;
una lora sorda, ciega y muda
vagando en el zaguán;
un recibo vencido;
cientos de velas
apagándose en la sala principal;
un cuchillo romo en la cocina,
en lo más alto del diván;
y un par de muletas rotas,
por si salgo a caminar.
V
Yo sé cuántos gritan tu nombre
cuando nuestras casas
no tienen pan.
Racsonando Ando (oscar Arley Noreña Ríos)
-
Autor:
Racsonando (Seudónimo) (
Online) - Publicado: 15 de diciembre de 2025 a las 09:15
- Comentario del autor sobre el poema: Nota del autor. El hombre deshabitado nace de una imagen doméstica: una casa en silencio. No como refugio, sino como síntoma. Este poema no habla de una ausencia individual, sino de una desocupación colectiva: de aquello que, sin hacer ruido, fue retirándose de nuestras casas —la infancia, la palabra compartida, el relato heredado, el pan cotidiano— hasta dejar solo objetos que ya no cumplen su función y gestos que no alcanzan a nombrarse. La esperanza aparece aquí como una palabra repetida, gritada incluso, pero cada vez más frágil, más ajena. No se niega: se interroga. ¿Qué queda de ella cuando se apaga la luz en los espacios comunes, cuando lo doméstico se vuelve precario, cuando la memoria familiar se reduce a restos? Las imágenes del poema —animales desplazados de su naturaleza, abuelos ausentes, velas apagándose— no buscan alegoría cerrada, sino reconocimiento. Cada lector decidirá si esa casa es la suya, la del vecino, o la de un país entero. Este texto está pensado para ser leído en voz alta. Porque cuando nuestras casas no tienen pan, la poesía no consuela: alumbra lo que se apaga.
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 8
- Usuarios favoritos de este poema: JUSTO ALDÚ, racsonando, Antonio Pais, Salvador Santoyo Sánchez, benchy43, Tommy Duque

Online)
Comentarios2
Bueno hermano. Leí con atención tanto tu poema como el comentario de autor.
La nota del autor afina y amplía la lectura del poema al desplazarlo claramente del plano íntimo al colectivo: la casa deja de ser un espacio privado para convertirse en síntoma social. A la luz de esta explicación, los objetos inútiles, los animales desubicados y las presencias ausentes ya no funcionan solo como imágenes inquietantes, sino como restos de una vida común que se ha ido erosionando sin estruendo. La esperanza, lejos de afirmarse como consuelo, aparece tensionada, casi desgastada por la repetición, lo que refuerza el carácter crítico del texto. El poema no busca cerrar sentidos ni ofrecer respuestas, sino provocar reconocimiento y responsabilidad en quien lee, especialmente al vincular la carencia material —el pan— con una pérdida simbólica más profunda. En ese sentido, la propuesta de leerlo en voz alta subraya su vocación pública: no es un lamento, sino una forma de hacer visible aquello que, mientras se apaga, todavía puede ser nombrado.
Saludos
Excelente explicación.
Un aplauso, poeta amigo Racsonando 🙋🏻♂️
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