En puntas de pie (relato breve)

Silvana Ibáñez

Recuerdo su sonrisa, rara, como siempre al borde de la burla. Sarcástico. Nada atractivo. Jamás me había hecho la idea de tener ningún tipo de relación con él. Es más, en ese grupo de estudio había otro compañero con quien sí flirteaba abiertamente.

Creo que, en el fondo, me daba un poco de pena. No imaginaba que pudiera tener pareja. Yo pensaba… No ha sido muy afortunado en la repartición de belleza ni de simpatía. 

Esa tarde, como muchas otras, estudíabamos los tres: Jaime, Carlos y yo.

Jaime era el mayor del grupo, tenía 28 años. Flaco, tanto que a veces me incomodaba. Siempre pensaba que me hubiese gustado engordarlo un poco, solo para que se viera más sano, más atlético. Era rubio, de ojos claros, muy inteligente. Me gustaba su forma de razonar cuando desmenuzábamos los capítulos más tediosos de Estática y Mecánica.

Pasamos meses así, cómplices, insinuando algo que nunca ocurrió. No sé por qué.
Yo no me hubiese animado a dar el primer paso, y él… tal vez me respetaba demasiado.
O quizá, simplemente, nunca fui de su interés.

La verdad es que no lo supe entonces, y ni hoy puedo afirmarlo con certeza. Porque sí, me gustaba. Mucho. Y nos llevábamos de maravilla. Pero claro… yo era una mujer divorciada, con dos hijos pequeños, con 26 años, bien, pero golpeada por el amor.
Tampoco era una condición ideal.

Tal vez por eso no pasó. Porque nos queríamos demasiado como para ser un simple “pasar”.

Carlos, en cambio, tenía mi edad. Alto, con algo de sobrepeso. Trato de recordarlo entero, pero lo que más se me viene a la mente es su sonrisa: esa sonrisa burlona que, siento, aún hoy se ríe de mí.

La verdad es que, como se hizo tarde, Carlos me acompañó en el bus de regreso. Durante el viaje, conversamos de cosas sueltas: exámenes, profesores, cualquier tema que hiciera más liviana la jornada.

Llevábamos ya más de hora y media de viaje, y él me dijo:
—¿Bajamos a comer algo?

Habíamos merendado muy temprano, y lo cierto es que tenía hambre. Lo vi como una buena idea. Además, la charla fluía, y había algo en el ambiente —esa mezcla de cansancio, cercanía y noche tibia— que me daba cierta calma.

Bajamos en una zona que conocíamos, entramos a una lomitería cualquiera. Pedimos dos lomitos y una botella de agua grande para compartir. Nada romántico, nada fuera de lo común. Pero mientras comíamos, me llamó la atención su forma de mirarme. Sin burlas, sin ese sarcasmo permanente. Me miraba… distinto.

Cuando salimos, me dijo:
—¿Querés que caminemos un poco antes de subir al próximo colectivo?

Acepté. No tenía apuro. Y por algún motivo que aún no entiendo del todo, tampoco tenía ganas de volver a casa.

Al caminar, se adelantó unos pasos. De pronto, giró sobre sí mismo y se colocó justo delante de mí. Lo hizo con tal rapidez que no llegué a entender qué estaba pasando… hasta que sentí sus labios sobre los míos.

Fue un beso corto, sorpresivo. Casi torpe.
Ni siquiera tuve tiempo de decidir si quería esquivarlo.
Y sin embargo, no me moví.

Lo miré. Él bajó un poco la cabeza, tal vez esperando un reproche, o que me riera.
Pero no dije nada.
Solo lo miré.
Y él volvió a besarme.

Esta vez fue más lento. Más consciente. Yo tampoco me detuve.
Había algo en esa noche, en esa cercanía sin propósito, en esa ternura escondida detrás de su eterna burla…
Que me desarmó.

Yo no podía creer lo que estaba pasando.
Era como si estuviera viendo una película, una en la que sabía perfectamente que él no era el protagonista. Nunca lo habría imaginado en ese lugar.

Y, sin embargo, ahí estaba.
Besándome.

Lo que más me desconcertaba era que me gustaba. Me sorprendían sus besos: suaves, firmes, auténticos.
Y me gustó también su altura.
La forma en que tuvo que inclinarse para alcanzarme.
Cómo, casi sin darme cuenta, empecé a ponerme en puntas de pie, buscando que nuestros labios se encontraran con más comodidad.
Ese pequeño gesto físico —tan simple, tan real— terminó de vencer cualquier barrera que me quedara.

Más aún me sorprendía la manera en que me tomaba.
Con una decisión, una firmeza... que hubiera sido inútil negarme.
No porque me forzara, sino porque no quería resistirme.
Su cuerpo hablaba con una claridad que me atravesó por completo.

Y yo, simplemente, me dejé llevar.

Cuando separó sus labios de los míos, realmente me sentí molesta.
No lo dije, pero lo sentí. Quería seguir.
Era tan intenso como inesperado todo.

—¿Todo bien? —me preguntó.
—Claro que sí. Todo bien. Demasiado bien… o no —respondí, aún entre el desconcierto y el deseo.

Nos miramos, como midiendo el entorno. Estábamos en la vereda, bajo la luz tenue de un farol.

—Iremos en taxi —dijo él, seguro.
—Muy bien —contesté, sin dudar.

Hizo un gesto rápido con la mano y detuvo el primer taxi que pasaba. Subimos.
Yo todavía sentía el pulso acelerado. Su proximidad me alteraba, pero me tranquilizaba a la vez.

No entendí bien qué le dijo al chofer. Habló bajo, rápido. Pero definitivamente… no era la dirección de mi casa.

Me recosté en su pecho, intentando no pensar demasiado.
Pero en el fondo lo sabía: tampoco quería ir a casa.

Ese día aprendí que nada es lo que parece.
Que los prejuicios ciegan, limitan.
Que la belleza física poco tiene que ver con la entrega, con la pasión, con el deseo.
Y que a veces —muy pocas— el cuerpo decide por nosotras.

Fue increíble.
Sincero. Intenso. Inesperado.
Como él.
Como esa noche.
Como lo que nunca planeás… y no podés olvidar.

Volvimos a estudiar otras tantas veces después de eso.
Seguimos siendo buenos amigos.
Alguna vez me volvió a invitar a salir, pero nunca más accedí.

Ya no era necesario.
Yo había aprendido la lección:
el recuerdo de ese aprendizaje…
y de un momento único.

 

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Comentarios6

  • Lualpri

    Querida amiga Poeta...

    Excelente y atrapante relato que muestra una realidad... Nada es lo que parece, nuestros cuerpos hablan y toman decisiones y por último sabes qué... GENIAL !!!

    Mis felicitaciones!

    Luis.

    • Silvana Ibáñez

      Gracias, Luis, por tu mirada tan generosa. Me alegra que el relato te haya atrapado y que hayas conectado con esa idea de que el cuerpo a veces decide por nosotros. Aprecio mucho tus felicitaciones y tu lectura siempre tan cercana.

      • Lualpri

        Cuídate y se feliz!

      • JUSTO ALDÚ

        El relato está bien construido, avanza con naturalidad y mantiene el interés gracias a un tono íntimo que equilibra honestidad y vulnerabilidad. La narración logra plasmar con claridad la complejidad emocional de la protagonista: sus prejuicios iniciales, el contraste entre lo esperado y lo vivido, y la sorpresa de descubrir deseo donde jamás lo habría imaginado. La dinámica con los dos compañeros está presentada con sutileza, mostrando cómo la vida puede torcer la lógica que uno cree tener resuelta. El momento central —el beso y lo que sigue— está narrado sin exageraciones, con un ritmo que permite comprender por qué ella se deja llevar. El cierre es acertado: no busca idealizar, sino subrayar el aprendizaje personal y el valor de lo inesperado como parte de la experiencia humana.

        Saludos

        • Silvana Ibáñez

          Me alegra que hayas percibido los matices emocionales que quise expresar y que el relato te haya hablado desde esa mezcla de sorpresa y vulnerabilidad. Aprecio sinceramente tus palabras: animan y enriquecen mi mirada sobre lo escrito y motivan a seguir escribiendo.
          Saludos desde Paraguay!

          • JUSTO ALDÚ

            Paraguay... Estuve en Uruguay el año pasado y de ahí fui a visitar a una bella amiga que vive en CAPIATÁ, PARAGUAY. Una dama sencilla y de buen corazón, trabaja duro para sacar adelante a sus hijos. Le dediqué un poema.

            https://www.poemas-del-alma.com/blog/mostrar-poema-778757

            • Silvana Ibáñez

              Hermoso poema, inspirado en Recuerdos de Ypacaray. Bello homenaje a los 100 años de la guaranía.
              Gracias por ello-
              Y si viene de nuevo a Capiatá, le comento que esta pegado a San Lorenzo, mi ciudad.

            • Jose de amercal

              Muy buen relato felicitaciones mis saludos y admiración

              • Silvana Ibáñez

                Muchas gracias estimado José. Gracias por leer mi relato.

              • Rafael Escobar

                Linda historia. Mis felicitaciones llegan a ti con mi muy cálido abrazo y leal cariño.

                • Silvana Ibáñez

                  Muchas gracias Rafael. Siempre tan atento. Saludos.

                • Dulce

                  A veces lo más cercano se torna inesperado...que linda experiencia nos compartes, es una buena historia que transmite que los prejuicios a veces podrían hacer que evitemos buenos momentos, abrazo alado Silvana

                  • Silvana Ibáñez

                    Así es… a veces lo que creemos conocer nos sorprende por completo. Me alegra que hayas visto la historia desde ese ángulo; al final, uno aprende que dejar caer los prejuicios abre puertas insospechadas. Gracias por tus palabras y por leerme con tanta sensibilidad.

                  • Jesús Ángel.

                    Mujer que vive una noche intensa e inesperada con un amigo, descubre que los prejuicios engañan y que la pasión no depende de la apariencia. Siguen siendo amigos, pero ella no repite la experiencia porque le basta con el aprendizaje y el recuerdo de ese momento único.
                    Salud y buen día por ahí.



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