Mi niñez, tranquila, a ratos sombría,
fluyó en un pueblo, lejos del clamor,
entre el suave susurro que se extingue y espía
y el triste lamento de un viejo tambor.
El río me daba su hálito sereno,
el bosque, la paz de su eterna sombra,
los cuentos de mi abuela, un mágico trueno,
y el ocaso, una nostalgia que asombra.
En la clara mañana, al abrir mis ojos,
oía el cantar de los pájaros rojos,
y luego el aroma a tierra mojada,
y aquello que sentí, aún en mí mora;
Mi niñez, un jardín de sueños callados,
floreció en un rincón, lejos del bullicio,
donde el viento tejía versos alados
y un río murmuraba un suave juicio.
La montaña me daba su fuerza serena,
el cielo, su inmensidad azul y clara,
el abrazo de mi abuela, amor que llena,
y el vuelo de las aves, nostalgia rara.
En la mañana clara, al abrir los ojos,
sentía el dulce aroma de la tierra,
y el eco de leyendas y despojos
que el bosque contaba en su eterna guerra.
Mi abuelo era silencio, mi abuela era calma,
Mi abuelo era ausente, mi abuela era llorona,
y el arte de reír, nadie me lo explicaba,
Y la alegría nunca me fue enseñada.
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Autor:
José de Amercal (Seudónimo) (
Online) - Publicado: 17 de noviembre de 2025 a las 13:42
- Categoría: Espiritual
- Lecturas: 4
- Usuarios favoritos de este poema: Jose de amercal, chico_sad, Salvador Santoyo Sánchez, mauro marte

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