Para ti, Matías,
porque en tus brazos, hijo mío,
mi alma encuentra descanso.
Cuando el día se apaga en tu mirada,
y el cielo viste su gris fulgor,
mi voz te cuenta, serena y cansada,
las viejas historias del buen Señor.
Luego oramos, con fe rendida,
hablando a Dios con puro candor;
te beso el alma, te beso la vida,
y callo en paz, temblando de amor.
Mas siempre, hijo mío, al darme vuelta,
tu voz me llama con tierno ardor:
“Papá, no te vayas, aún falta…
el abrazo, papá… por favor.”
Entonces el cielo se vuelve humano,
y el mismo Dios parece sentir,
porque en tus brazos, mi dulce pequeño hermano,
mi fe cansada vuelve a latir.
Ahí comprendo —sin voz ni corona—,
que el Padre habita donde hay calor,
que su presencia no se entona,
sino se abraza… con el corazón.
Y si algún día el silencio avanza,
y el viento apague mi dulce voz,
que quede en tu pecho mi esperanza:
el amor no muere… si existe Dios.
No temas, hijo, si el cielo me llama,
ni si mi cuerpo deja de estar;
mi alma, encendida como una llama,
guardará tu nombre… hasta el final.
-
Autor:
El Corbán (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 6 de noviembre de 2025 a las 17:24
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 1

Offline)
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.