El Corbán

EL ABRAZO DE CADA NOCHE

Para ti, Matías,
porque en tus brazos, hijo mío,
mi alma encuentra descanso.

 

 

Cuando el día se apaga en tu mirada,

y el cielo viste su gris fulgor,

mi voz te cuenta, serena y cansada,

las viejas historias del buen Señor.

 

Luego oramos, con fe rendida,

hablando a Dios con puro candor;

te beso el alma, te beso la vida,

y callo en paz, temblando de amor.

 

Mas siempre, hijo mío, al darme vuelta,

tu voz me llama con tierno ardor:

“Papá, no te vayas, aún falta…

el abrazo, papá… por favor.”

 

Entonces el cielo se vuelve humano,

y el mismo Dios parece sentir,

porque en tus brazos, mi dulce pequeño hermano,

mi fe cansada vuelve a latir.

 

Ahí comprendo —sin voz ni corona—,

que el Padre habita donde hay calor,

que su presencia no se entona,

sino se abraza… con el corazón.

 

Y si algún día el silencio avanza,

y el viento apague mi dulce voz,

que quede en tu pecho mi esperanza:

el amor no muere… si existe Dios.

 

No temas, hijo, si el cielo me llama,

ni si mi cuerpo deja de estar;

mi alma, encendida como una llama,

guardará tu nombre… hasta el final.