Hay un momento en la vida
en el que todo parece detenerse.
El tiempo ya no avanza igual:
se vuelve suave, lento,
como si tuviera miedo de seguir.
Empiezas a mirar distinto las cosas,
a oler más despacio el café,
a escuchar cómo respira la casa.
Todo adquiere un peso sagrado.
Ya no hay prisa por llegar a ninguna parte.
Solo queda el deseo de estar,
de sostener lo que aún respira,
aunque sepas que algo —alguien—
se está yendo poquito a poco.
Y duele, sí,
pero también hay una ternura profunda
en ver cómo la vida sigue floreciendo
incluso entre los escombros de la pérdida.
Quizás crecer sea eso:
aprender a amar sabiendo que un día todo se acaba.
Seguir dando las gracias aunque tiemble la voz.
Guardar en el corazón lo que ya no se puede tocar.
Y entender, al final,
que nada se va del todo,
porque lo que amamos de verdad
no desaparece:
solo cambia de forma
y nos acompaña de otra manera
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Autor:
Luna (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 4 de noviembre de 2025 a las 22:06
- Comentario del autor sobre el poema: Este poema habla del momento en que la vida empieza a moverse más despacio, cuando comprendemos que nada es eterno y que incluso el amor más grande también aprende a despedirse. No es una historia de tristeza, sino un recordatorio de lo humano que es sentir miedo ante el cambio, de la dulzura que se esconde en lo frágil, y de cómo el amor se transforma, pero nunca deja de existir. A veces crecer duele, pero también ilumina. Porque hay despedidas que no significan ausencia, sino un nuevo modo de permanecer.
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 3

Offline)
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