Ese dolor que llega sin promesa,
sin nombre, sin permiso,
y se sienta a la mesa del alma
como un viejo conocido.
No pregunta si puede entrar,
solo entra.
No busca consuelo,
solo existe.
Parece pequeño al principio,
una sombra leve, un suspiro,
pero crece, se instala en los huesos,
y cada respiración lo pronuncia.
Ese dolor tiene memoria,
recuerda voces, gestos, silencios,
las cosas que no dijimos,
las que dijimos tarde.
Camina contigo, despacio,
por calles donde ya no esperas a nadie,
por las noches en que el techo
parece más grande que el cielo.
A veces se disfraza de calma,
de costumbre, de “ya pasó”,
pero basta una palabra,
una canción, una risa,
para que vuelva a doler igual.
Sin embargo, ese dolor,
por cruel que parezca,
también es testigo de lo vivido,
de lo que una vez fue tan nuestro
que todavía arde en el recuerdo.
Y aunque pesa, enseña;
aunque hiere, despierta.
Porque solo quien ha sentido el vacío
sabe cuánto vale una presencia.
Así, poco a poco,
el dolor se hace maestro,
y el alma, cicatriz.
Y en el silencio que deja
su paso,
florece, tímida, la fuerza de seguir.
Comentarios1
Es profundo este escrito sobre el dolor.
Se muestra éste como maestro de enseñanzas en la vida; sanador de las heridas producidas que, de forma sabia, va formando nuestro ser.
Con él aprendemos a hacernos más fuertes.
Pero tememos que aparezca, porque nos hace sufrir.
Muchas gracias por compartirlo, poeta Daniii.
Saludos.
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