Sentado estabas ayer,
sumergido en la calma
que solo los años imponen,
pensativo, solitario,
como quien intenta matar al tiempo
antes de que el tiempo lo devore a él.
Eras una obra de arte contemporánea
en un rincón olvidado del mundo.
Te miré sonreír al ver a un niño
dar sus primeros pasos,
y en tu memoria cansada
revivía la dicha
de cuando fuiste el protagonista
de esas mismas historias
décadas atrás.
Vi brotar en ti una sonrisa antigua,
tejida con anhelos de otros días,
cuando tu esposa era tu copiloto
y juntos, de la mano,
escribieron miles aventuras
que hoy solo respiran en el recuerdo.
Pasé junto a ti
y una lágrima recorrió tu rostro arrugado.
Con ternura pregunté qué dolía en tu alma.
Me hablaste de la soledad,
de lo difícil que se hace el día a día,
de los pasos cansados,
de los hijos con vidas propias,
y de ese suspiro pausado
que carga contigo el peso de seguir.
“Vengo aquí cada tarde” —me dijiste—,
“porque en los rostros de los desconocidos
encuentro destellos
de aquellos momentos que viví,
momentos que me hicieron tan feliz”.
Y mientras la tarde moría,
vi desvanecerse también en tu mirada
la esperanza,
esa fiel compañera que había caminado
contigo toda la vida.
Nos despedimos con la promesa
de volver a encontrarnos.
Desde entonces,
cada tarde regreso al parque,
pero nunca más he coincidido
con aquel hombre de mirada profunda
y pasos lentos.
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Autor:
Poemas De Una Mente Joven. (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 28 de septiembre de 2025 a las 18:45
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 2
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