Yoleisy Saldana

Viaje Sin Retorno.

Sentado estabas ayer,

sumergido en la calma

que solo los años imponen,

pensativo, solitario,

como quien intenta matar al tiempo

antes de que el tiempo lo devore a él.

 

Eras una obra de arte contemporánea

en un rincón olvidado del mundo.

Te miré sonreír al ver a un niño

dar sus primeros pasos,

y en tu memoria cansada

revivía la dicha

de cuando fuiste el protagonista

de esas mismas historias

décadas atrás.

 

Vi brotar en ti una sonrisa antigua,

tejida con anhelos de otros días,

cuando tu esposa era tu copiloto

y juntos, de la mano,

escribieron miles aventuras

que hoy solo respiran en el recuerdo.

 

Pasé junto a ti

y una lágrima recorrió tu rostro arrugado.

Con ternura pregunté qué dolía en tu alma.

Me hablaste de la soledad,

de lo difícil que se hace el día a día,

de los pasos cansados,

de los hijos con vidas propias,

y de ese suspiro pausado

que carga contigo el peso de seguir.

 

“Vengo aquí cada tarde” —me dijiste—,

“porque en los rostros de los desconocidos

encuentro destellos

de aquellos momentos que viví,

momentos que me hicieron tan feliz”.

 

Y mientras la tarde moría,

vi desvanecerse también en tu mirada

la esperanza,

esa fiel compañera que había caminado

contigo toda la vida.

 

Nos despedimos con la promesa

de volver a encontrarnos.

Desde entonces,

cada tarde regreso al parque,

pero nunca más he coincidido

con aquel hombre de mirada profunda

y pasos lentos.