Nunca creí en el destino hasta que la conocí,
siempre he llevado mi bandera de miserable
y mi amargura atado a mi impávido rostro,
hasta que fui preso de su dulce mirada.
Pero mi conciencia comenzó a perseguir
cualquier rayo tenue de esperanza amorosa,
sin embargo, mi corazón de poderoso brío
no se intimidó ante la sensación anhelada.
Que alojaron estos sentimientos hacia ella
y por perseguirla me senté detrás suyo
en la guagua, donde contemple la delicadeza
de su cuello desnudo, y su piel labrada.
Con caricias de viento, y sus hombros
de perfiles cristalinos, cincelados
cómo lo haría Miguel Ángel o Berlini;
o como yo, para inventar a mi amada.
Mi bien, mi amor, una futura mujer que ame
a este poeta malhumorado de pacotilla,
quién se consuela en los burdeles del centro
y se enamora de tantas letras rimadas.
Así como de todo vicio que lo apresa sin duda
y dónde la desdicha golpea su vientre;
para quien no conoce de la muerte y su don
imaginarme con ella es lo que yo necesitaba.
Para darle un poco de calidez a mi corazón
el cual se inflama de indomable pasión
y de palomas que vuelan hacia el cielo.
Yo quería que ella en su manto me cuidara.
Y de tanto imaginarme demasiadas cosas
y de hundirme en los mares del ensueño
no me di cuenta que ella ya se había marchado,
que ella, sin dudarlo y sin decir adiós se bajara.
Y con el descuido, la fantasía, la sorpresa,
mi corazón se transformó en roca
y de nuevo la miseria inundó mi vida
cuando de la guagua se bajó mi amada.
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Autor:
David Pech (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 23 de septiembre de 2025 a las 21:48
- Categoría: Triste
- Lecturas: 10
- Usuarios favoritos de este poema: Antonio Pais, ElidethAbreu, alicia perez hernandez, Mauro Enrique Lopez Z.
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