Si yo viera a la señora Juana

Aysel Teheran



 

Ese día llegaría, yo en mi uniforme planchado,

como estatua de apariencia, pero con el alma desgarrado.

Saludaría amigable: “Hola, señora Juani”,

no porque quisiera, se llama educación, es lo que nunca me falta.

 

Ella, tan fría como un invierno sin fuego,

me miraría de reojo, ignorando mi ruego.

Seguiría caminando, con destino incierto,

y susurraría: “Ya llegó esta hipócrita, un ángel muerto”.

 

Yo, con venas ardiendo como brasas ocultas,

con sonrisa cortante y palabras justas,

diría con calma, aunque el pecho estallara:

“¿Perdón? ¿Por qué lo susurra? Yo no muerdo, señora amarga”.

 

No me importaría que fuera treinta años mayor,

porque sus actos dejaron cicatrices de dolor.

Ella fue cruel en un pasado con una niña indefensa,

me hundió en silencios, me ató con su presencia.

 

Su hija me mató con un clan de demonios,

con risas de serpiente, con cuchillos sin nombres.

Y yo, con voz amable, con sonrisa quebrada,

diría: *“Quedé como la mala de esa historia mal contada.

 

Usted solo supo lo que su hija decía,

pero, ¿y yo? ¿Quién escuchó mi agonía?

¿Por qué quedé marcada en la boca de todos,

si lo que viví fue un infierno en sus modos?

 

No sabe cómo fui tratada, ni lo que no conté,

ni los gritos ahogados que en mi pecho escondí.

Las víboras me devoraban, me arrastraban al suelo,

yo lloraba en silencio, con miedo, sin consuelo.

 

De tanto dolor me quedaron trastornos,

cicatrices que sangran, recuerdos deformes.

Me preguntaba llorando qué mal había hecho,

mientras el mundo me señalaba el pecho.

 

Quería ser escuchada, no un peso en la espalda,

pero me hicieron sentir desecho, nada.

Ahora hablan de mí, inventan su verdad,

y yo quedé sola, sin amigos, sin piedad.

 

Todos me miran como demonio disfrazado,

como doble cara, como ángel malgastado.

Pero no saben de mi ansiedad que me consume,

ni de mis ganas de morir bajo la luna que se hunde.

 

No saben que mi psicóloga calla mi tormenta,

que sonrío en la escuela, pero el alma revienta.

No saben del filo de las noches heladas,

ni de las veces que pensé dejar de ser nada.

 

Sufrí bullying, humillaciones, manos crueles en mi cuello,

quise soltar la vida, perderme en mi destierro.

Pero sigo aquí, con sonrisa punzante,

la máscara perfecta de un dolor constante.

 

Con la sonrisa más hiriente y falsa en mi piel,

me arrastro en la vida como sombra de papel.

Nadie escucha mi miedo a la soledad,

ni mis ataques de ansiedad, ni mi depresión voraz.

 

Ahora soy una pick me, un nombre sin sentido,

me señalan, me juzgan, me dejan en el olvido.

Pero no saben que cada palabra que lanzan

me rompe los huesos, me clava su lanza.

 

Quedé siendo la mala de un cuento inventado,

la villana invisible, el error señalado.

Y aún así, con la voz rota, con mis lágrimas calladas,

le diría: “Tenga buen día, señora, aunque yo esté quebrada”.

 

Las lágrimas correrían como ríos en mi cara,

rosadas mejillas, alma desgarrada.

Caería de rodillas en el suelo sin consuelo,

como flor arrancada, como canto sin cielo.

 

Juana se iría corriendo, temblando en su interior,

porque algo en su pecho le gritaría mi razón.

Ella sabría en silencio, aunque no lo confiese,

que su hija no es un ángel, aunque así la represente.

 

Ese día aún no llega, pero lo espero con ansias,

con la herida que sangra, con la verdad que me arrastra.

Y cuando llegue el momento, no tendré más disfraz,

la niña rota hablará, y nadie callará jamás.

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  • Autor: Aysel Teheran (Offline Offline)
  • Publicado: 31 de agosto de 2025 a las 15:10
  • Comentario del autor sobre el poema: Mi poema es mi desahogo. Habla de cómo me dejaron como la villana de una historia mal contada, cuando en realidad yo era la herida, la niña que lloraba en silencio. Habla de la ansiedad que me consume, de las noches donde pensé en rendirme, de las veces que tuve que fingir una sonrisa para ocultar un dolor que quemaba por dentro. Cuando escribo, siento que me arranco la piel para mostrar lo que nadie ve: las lágrimas ocultas, el miedo a la soledad, el vacío en el pecho. Mi voz en el poema es firme, pero en el fondo tiembla. Yo misma me caigo de rodillas, porque ya no tengo fuerzas, pero sigo hablando aunque duela.
  • Categoría: Triste
  • Lecturas: 2
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