Gusanillos Del Recuerdo

Gusanillos del recuerdo

Carente de espíritu al amanecer,
cuando el aire aún vacila
entre alivio y cuchillas,
gusanillos diminutos asedian mi cuerpo,
me horadan los pensamientos,
socavan en sigilo los cimientos
de lo que alguna vez fue calma.
Allí, entre mis costillas,
se disputan la podredumbre y la fe.

Me desgastan la ecuanimidad,
se alimentan de mis dudas,
se multiplican en la penumbra
hasta convertir el pecho
en una madriguera agitada.

Al compás, en sincronía evidente,
los batallones iracundos avanzan,
tambores huecos,
gritos que desgarran cavernas,
marchan por los campos marchitos
teñidos de sangre del recuerdo.
Y cada huella que dejan
es una cicatriz que se abre en mí.

En el horizonte arden las memorias:
rostros que amé y que huyeron,
sombras de voces silenciadas,
puentes que ardieron bajo mis propias manos.
Todo es ceniza y fango,
todo es la certeza de un error perpetuo
que regresa con la puntualidad de un verdugo.

Heme aquí, inerte, taciturno,
arrinconado en el ángulo más sombrío
de esta celda sin barrotes,
donde el aire es apenas respirable
y la esperanza se consume como vela enferma.

Y, sin embargo, cada noche,
cuando cierro los ojos,
se abre un pasadizo secreto:
un oasis sin relojes,
un lugar donde el dolor no me alcanza,
donde mis sombras no me persiguen,
donde las voces del pasado
se diluyen como humo sobre el agua.

Allí, la libertad se disfraza de espejismo,
pero basta su fulgor breve
para sostenerme contra el amanecer,
para que sus gusanillos y batallones
no me venzan del todo.