Niños del vértigo
Nacieron en un filo de luz incierta,
un sol que arde, pero no calienta.
Con los pies colgando del vacío
y los sueños temblando
como hojas al viento.
Los susurros de las redes atrapan sus mentes,
desfiles de máscaras vacías,
a veces prohibidas.
Las manos que debieron sostenerlos
se vuelven voces que no responden.
Los libros cerrados murmuran ausencias,
promesas rotas entre páginas mudas.
La educación —un reloj sin cuerda—
gira en un tiempo que no avanza.
Bajo neones fríos, persiguen sombras,
tentaciones de polvo, de fuego, de olvido.
Un laberinto químico los llama,
escondiendo fentanilo tras promesas de alivio,
cuando el abrazo que ansiaban
ya se ha desvanecido.
Y aun en el vértigo, el deseo persiste.
Miran hacia arriba,
buscando una brújula que ya nadie nombra.
Quieren volar por encima del precipicio,
aunque no recuerden cómo poder hacerlo.
En la soledad de habitaciones cerradas,
sus risas ahogadas son cantos de sirena.
Los espejos les devuelven
rostros que no reconocen.
Los algoritmos les roban la inocencia,
hilando espejismos con luces brillantes.
La conexión se convierte en prisión,
y la libertad, un sueño en ruinas.
Pero en medio del silencio,
algo brota entre escombros.
Sus corazones aún palpitan.
Hay un cántico leve, una descarga rebelde,
y en sus manos germinan
semillas de esperanza, semillas de luz.
En sus miradas, fractales del vértigo,
mapas de cicatrices sin instrucción,
que nadie se detuvo a descifrar.
El mundo rueda sobre sus hombros frágiles,
mientras la inocencia
se pierde como un río en tinieblas.
Aun cuando la noche se cierra,
y las estrellas son agujas en su piel,
emerge un fuego sin cenizas.
Una luz rebelde que aún llama:
desafío.
Son los niños del vértigo,
hijos del cambio abrupto,
arquitectos del futuro
que aún no existe.
Sus manos, aunque trémulas,
sostienen el mañana.
Y sus voces, al fin,
rompen el silencio
exigiendo un nuevo amanecer.
No son solo víctimas.
Son futuro en construcción.
Son los niños del vértigo.
Los que, temblando,
aún se atreven a caminar
hacia el amanecer.
— L.T.
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Autor:
LOURDES TARRATS (
Offline)
- Publicado: 11 de agosto de 2025 a las 00:40
- Comentario del autor sobre el poema: Niños del vértigo es un retrato íntimo de una generación que crece al filo del abismo. Son niños y jóvenes que enfrentan la desconexión afectiva, el vacío en las aulas, el hechizo de las pantallas y el riesgo silencioso de las sustancias. Pero incluso en medio de esa fragilidad —con manos aún temblorosas— guardan algo poderoso: semillas de luz.\r\nEste poema no es solo una elegía. Es también un canto a la resiliencia. Un reconocimiento profundo de que, aun en la noche más oscura, hay una chispa que se niega a apagarse. Una chispa rebelde, viva, que puede encender el fuego de un nuevo amanecer.\r\nLourdes
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 18
- Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez, Henry Alejandro Morales, JUSTO ALDÚ, La Hechicera de las Letras, Nelaery, Josué Jaldin, Javier Julián Enríquez
Comentarios3
Lo que ocurre con los “niños del vértigo” no es casualidad, sino un abandono sistemático. La sociedad los distrae con pantallas y promesas vacías mientras los despoja de vínculos reales. Los adultos que debieran sostenerlos son espectros ausentes, dejando un agujero que se llena con redes que manipulan y fragmentan sus mentes. La educación, como un reloj sin cuerda, está muerta: un trámite que aplasta creatividad y esperanza. La droga es solo un síntoma del vértigo impuesto, un escape al vacío que nadie quiere enfrentar. Este fracaso colectivo es brutal, pero en medio de la ruina, hay una fisura, una chispa rebelde persiste. No son solo víctimas; son arquitectos de un futuro incierto, que arde en sus manos trémulas. La raíz es la indiferencia y el control disfrazado de olvido. Todo lo demás es consecuencia inevitable.
Esto que expones siendo objetiva no cambiará ya que: La sociedad entera es cómplice silenciosa, una jauría de indiferentes que prefiere voltear la mirada y callar ante la vulnerabilidad que devora a los jóvenes. Han delegado la crianza a aparatos fríos, pantallas adictivas y programas educativos sin alma, como si el cuidado pudiera medirse en píxeles y formularios vacíos.
Luego están los “adultos” —esas criaturas que deberían ser faros—, padres, maestros, líderes, que incumplen con su deber más básico: estar presentes, sostener con verdad, ofrecer algo más que abandono disfrazado de ocupación. No es solo que falten en cuerpo, es que reniegan de la responsabilidad emocional, rehúyen el compromiso de entregar una guía auténtica, dejando a sus hijos a la deriva en un mar de indiferencia.
No podemos pasar por alto a esos sistemas e instituciones podridos hasta la médula, que se aferran a estructuras caducas y políticas de corto alcance, más preocupados por controlar el rebaño que por generar un cambio real. Prefieren mantener el statu quo, ese refugio cómodo e idiota, antes que abrir caminos que requieran valentía y ruptura. Luego están los titiriteros verdaderos: los poderes económicos y tecnológicos que se lucran del desastre, que fabrican algoritmos diseñados para aprisionar mentes, no para liberarlas. Son los verdugos invisibles que disfrazan la explotación con brillo y promesas falsas.
Pero no todo se resume a señalar con el dedo hacia afuera. Hay una responsabilidad colectiva que pesa como una losa, porque mientras unos observan, otros callan, esa indiferencia alimenta y perpetúa el ciclo infernal. La pasividad es el cómplice silencioso que mantiene la espiral que se ahoga en su propia necedad.
Si no todos se hunden en este remolino, que no te engañe la excepción: la vorágine que dibujo arrastra a demasiados y negarla es un acto de ceguera conveniente. Eso no es opción para quien tiene ojos que quieran ver.
La Hechicera de las Letras.
Querida Hechicera,
Tu lectura me honra profundamente. Pero más que eso, me sacude. Has logrado, con una lucidez que no esquiva ni suaviza, revelar el paisaje oculto tras estos versos: un abandono que no es casual, sino sistemático; una sociedad que entretiene para adormecer, y que llama “progreso” a lo que en realidad es despojo.
Comparto contigo esa visión del vértigo como estrategia, no como accidente. Me duele, sí, pero también me alienta saber que hay miradas como la tuya, valientes, que no temen señalar responsables ni invocar la responsabilidad que nos toca a todos.
Gracias por ponerle cuerpo, fuego y nombre a esta herida. Ojalá estas voces —la tuya, la mía, las nuestras— no se queden en la denuncia, sino que logren empujar, aunque sea un poco, hacia ese amanecer que merecen los niños del vértigo.
Con gratitud y respeto,
Lourdes
Conozco bien lo que expresas en este profundo escrito.
Desde que he estado ejerciendo como profesora, he notado y noto esa evolución en los jóvenes.
Se enfrentan a una realidad tan dura, que traspasa límites.
Ellos tienen una doble lucha: la suya, por sus cambios fíísicos y emocionales, y la que nos rodea a todos.
Cada uno se enfrenta a esta realidad de la manera en que puede, con ayuda de los adultos que estén en su mundo, con los amigos…
Pero tienen que enfrentarse a un mundo wue va muy rápido y que les lleva a conocer situaciones que les puede desviar en su futuro.
Por esi, es mejor que estemos atentos a sus necesidades, desde una autoridad, pero comprensión.
Muchas gracias por compartirlo, poetisa Lourdes.
Amiguita mía,
Tus palabras me llegan con la fuerza de quien ha estado ahí, acompañando de cerca a esos jóvenes que viven entre el torbellino de lo que sienten y lo que el mundo les exige. Como profesora, sé bien que esa lucha se libra en dos frentes: el de adentro, lleno de preguntas, miedos y búsquedas; y el de afuera, donde tantas veces se les pide que sean más de lo que pueden sostener.
Coincido contigo: lo que más necesitan es la presencia de adultos que sepan estar, que ejerzan autoridad sin olvidar la ternura, que escuchen sin juzgar. Esa combinación, tan difícil a veces, es quizá la forma más profunda de amor que podemos ofrecerles.
Gracias por leerme con el corazón abierto, y por recordarme que, aunque el vértigo nos sacuda, siempre hay manos capaces de sostener con firmeza y afecto.
Con cariño, un abrazo fuerte.
Lourdes
Muchas gracias por tu respuesta, con la que estoy totalmente de acuerdo.
Un cariñoso abrazo para ti, también.
Muchas gracias, Lourdes, por este reflexivo poema, cuyas ideas objetivadas, creo, reflejan una realidad en la actualidad que no podemos obviar. Así, si nos fijamos en la metáfora «luz incierta» se vería como un símbolo de la falta de referentes sólidos, mientras que el concepto de «vacío» denotaría la ausencia de un soporte moral y social. Tal vez, las «redes» se transforman en un laberinto de espejismos para los jóvenes, en el cual la «educación sin cuerda» deriva en la ineficacia de un sistema que no se ajusta a las necesidades reales. En este sentido, la adicción, conceptuada como un «laberinto químico», y la soledad, expresada como «habitaciones cerradas», se presentan como manifestaciones de esta fragilidad existencial. No obstante, la «semilla de esperanza» como la resiliencia intrínseca al espíritu humano, es capaz de superar la adversidad y construir un futuro («arquitectos del futuro»). Todo ello nos lleva a una reflexión acerca de la vulnerabilidad y la capacidad de superación en un escenario de profunda transformación social.
Un cordial saludo y fuerte abrazo con mi más afectuoso aprecio
Querido Javier,
Gracias de corazón por tu lectura tan atenta y por la riqueza de tu interpretación. Me emociona ver cómo has desentrañado cada imagen, cada símbolo, con tanta lucidez y sensibilidad.
Tu análisis de la “luz incierta” y el “vacío” como reflejo de nuestra fragilidad social actual me parece especialmente acertado, y esa idea de las “redes” como laberinto de espejismos me resuena profundamente.
Me alegra que hayas percibido la “semilla de esperanza” como núcleo resiliente del poema. Creo, como tú, que incluso en medio de la incertidumbre, el espíritu humano guarda una fuerza silenciosa capaz de reconstruir.
Gracias por tu abrazo afectuoso, que recibo con gratitud y cariño.
Un fuerte abrazo también para ti, con mi admiración y aprecio.
Lourdes
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