Cuando uno anda roto,
cualquier abrazo parece casa.
Cualquier mirada, destino.
Cualquier palabra suave, promesa.
Y en medio del ruido,
aparece alguien que no es amor,
pero se le parece.
Porque el alma ya no distingue
entre refugio y espejismo.
Yo no la amaba.
Amaba la idea de ser amado.
De que alguien me viera
sin señalar mis ruinas.
Ella no era un puerto,
ni siquiera una isla.
Era una tormenta
en la que me dejé naufragar,
porque pensé que al menos el ruido
taparía mi propio grito.
Y me aferré.
No por amor,
sino por miedo.
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Autor:
Cronista sin puerto (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 14 de julio de 2025 a las 00:09
- Categoría: Amor
- Lecturas: 2
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