Nadie me mira, y sé que aún canto
en el infierno de los vivos.
Nadie me mira no por impedimento físico:
Debilidad o ceguera
no porque la noche cobije mi cuerpo,
No porque el sol me haya tatemado
tanto como para oscurecerme,
ni porque sea un espectro sin sombra.
Nadie me mira.
Porque quien celebra
no reconoce lamentos,
porque quien vive en la opulencia
desconoce el eterno arte de dolerse,
de sudar la gota gorda de sangre
y teñirse las manos sin alcanzar la victoria
de saborear el bocado de la exaltación.
¿Porqué habría alguien de regodearse
viendo cómo se quiebra mi cuerpo en su fragua,
mientras otros descansan bajo techos
cobijados de bonanzas?
¿Por qué será que el hombre olvida
que también le late en el pecho un corazón?
¿Por qué habremos nacido
en la esquina más oscura del mapa,
donde la desdicha se cose
a fuego lento y entre espinas?
¿Por qué me enseñaron los cobardes
que para que el poder subsista
debe haber prisiones y cadenas?
¿Porque la lección mejor aprendida
es que llorar es agua estéril,
que no sirve ni para regar la siembra?
¿Por qué nadie ve?
¿Acaso no les conviene saber
que el oro con que se visten
está teñido con mi sangre
seca y ardiente,
petrificada en su brillo?
¿Por qué me llaman “hermano”
y me arrastran como fiera domada?
Solo pido que me vean,
que se conduelan un tanto,
que no me sepulten vivo
en el fango de la desesperanza
solo pido de caridad una mirada,
no la esquiva del desprecio,
del dolor, la vergüenza o el miedo.
Que no me arrebaten mi nombre,
ni la voz, ni el alma,
mucho menos la esperanza
de brillar…
como muchos brillan.
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