Elizabeth Maldonado Manzanero

Nadie me mira

Nadie me mira, y sé que aún canto

en el infierno de los vivos.

Nadie me mira no por impedimento físico:

Debilidad o ceguera

no porque la noche cobije mi cuerpo,

No porque el sol me haya tatemado

tanto como para oscurecerme,

ni porque sea un espectro sin sombra.

Nadie me mira.

Porque quien celebra

no reconoce lamentos,

porque quien vive en la opulencia

desconoce el eterno arte de dolerse,

de sudar la gota gorda de sangre

y teñirse las manos sin alcanzar la victoria

de saborear el bocado de la exaltación.

¿Porqué habría alguien de regodearse

viendo cómo se quiebra mi cuerpo en su fragua,

mientras otros descansan bajo techos

cobijados de bonanzas?

¿Por qué será que el hombre olvida

que también le late en el pecho un corazón?

¿Por qué habremos nacido

en la esquina más oscura del mapa,

donde la desdicha se cose

a fuego lento y entre espinas?

¿Por qué me enseñaron los cobardes

que para que el poder subsista

debe haber prisiones y cadenas?

¿Porque la lección mejor aprendida

es que llorar es agua estéril,

que no sirve ni para regar la siembra?

¿Por qué nadie ve?

¿Acaso no les conviene saber

que el oro con que se visten

está teñido con mi sangre

seca y ardiente,

petrificada en su brillo?

¿Por qué me llaman “hermano”

y me arrastran como fiera domada?

Solo pido que me vean,

que se conduelan un tanto,

que no me sepulten vivo

en el fango de la desesperanza

solo pido de caridad una mirada,

no la esquiva del desprecio,

del dolor, la vergüenza o el miedo.

Que no me arrebaten mi nombre,

ni la voz, ni el alma,

mucho menos la esperanza

de brillar…

como muchos brillan.