Tantos pabellones,
personal escaso,
pocos ascensores,
miles de necesitados,
y una rampa que te lleva a todos lados.
Es como si fuera una ruleta,
pues nunca sabés si esta vez
va a ser una ecografía
o un hemograma
y si me tocara alguna vez ir a la morgue,
¿Adivinen qué?
Tampoco pasaría nada,
absolutamente nada...
Nenes en el piso
y en sillas de ruedas;
Las muecas de dolor
que ponen sus padres
cuando los médicos les dicen
que es terminal e incurable.
¡Y esa ni siquiera es la peor parte!
Pues apenas salen
de ese cuarto frío
y vomitivamente limpio,
empiezan a recordar
como era la vida antes.
Los veo en el patio de afuera
junto a esos oxidados columpios
y esas cadenas crujientes que chillan,
dándoles un chocolate a sus hijos
en un intento de tranquilizarse
mientras le preguntan a su adorado Dios:
¿Por qué tuvieron que ser ellos?
¡Oh! Yo vivo con esto
desde que tengo conciencia
y realmente no puedo
ver una vida diferente.
Nuevos médicos de cabecera,
nuevas recetas, nueva dieta
y nuevos dulces legales.
Todo un tratamiento para cuidar
un órgano débil y viejo.
Un transplante directo
sería la opción más fácil,
¿Debería perder más y más
tiempo y oportunidades
en la interminable diálisis?
Y entonces ahora tal vez me preguntes:
¿Debería ponerme mal porque empeoro?
¿Debería reforzar mi tratamiento?
¿Vivir para mí cuesta demasiada vida?
Bueno, depende de como lo veas.
Mientras tenga ganas de ser algo más
y no me vea con deseos de morir,
la enfermedad realmente no existe.
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Autor:
Rosendo Ruiz (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 7 de julio de 2025 a las 09:50
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 1
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