Rosendo Ruiz

Diagnósticos

Tantos pabellones,

personal escaso,

pocos ascensores,

miles de necesitados,

y una rampa que te lleva a todos lados.

 

Es como si fuera una ruleta,

pues nunca sabés si esta vez

va a ser una ecografía

o un hemograma

y si me tocara alguna vez ir a la morgue,

¿Adivinen qué?

Tampoco pasaría nada,

absolutamente nada...

 

Nenes en el piso

y en sillas de ruedas;

Las muecas de dolor

que ponen sus padres

cuando los médicos les dicen

que es terminal e incurable.

 

¡Y esa ni siquiera es la peor parte!

Pues apenas salen

de ese cuarto frío

y vomitivamente limpio,

empiezan a recordar

como era la vida antes.

 

Los veo en el patio de afuera

junto a esos oxidados columpios

y esas cadenas crujientes que chillan,

dándoles un chocolate a sus hijos

en un intento de tranquilizarse

mientras le preguntan a su adorado Dios:

¿Por qué tuvieron que ser ellos?

 

¡Oh! Yo vivo con esto

desde que tengo conciencia

y realmente no puedo

ver una vida diferente.

Nuevos médicos de cabecera,

nuevas recetas, nueva dieta

y nuevos dulces legales.

 

Todo un tratamiento para cuidar

un órgano débil y viejo.

Un transplante directo

sería la opción más fácil,

¿Debería perder más y más

tiempo y oportunidades

en la interminable diálisis?

 

Y entonces ahora tal vez me preguntes:

¿Debería ponerme mal porque empeoro?

¿Debería reforzar mi tratamiento?

¿Vivir para mí cuesta demasiada vida?

 

Bueno, depende de como lo veas.

Mientras tenga ganas de ser algo más

y no me vea con deseos de morir,

la enfermedad realmente no existe.