Elegía sin destinatario

Ricardo Castillo.

A los poetas:
los que escriben a oscuras,
los que no volvieron a sus versos,
los que aún buscan una palabra que salve.

I

En esta noche de luna torcida
y lamentos de perros,
de grillos con alas encendidas,
de música
y deseo;

de lejanas luces que tiritan
al otro lado del lago,
que despiertan sospechas brillantes
como luciérnagas:

historias de amor
y finales de pena.

Allá donde la mirada no alcanza,
y la pupila no consigue rasgar
el velo de la oscuridad,
y la sed quema la lengua
y se acrecienta
como un incendio que se abre paso en la garganta;

y el sueño se desvanece
como el humo de un cigarro;
y aquí,
en el umbral de este instante,
donde ahora me encuentro,
negándome a leer
mis antiguos poemas,

que no alcanzan,
que nunca bastan,
que suplican ser olvidados,

porque nunca,
nada,
es suficiente.

¡Qué triste condena la de no bastarse nunca!

II

Vuelvo la mirada atrás.
No quiero encontrar mis propios ojos,
ni mis nombres antiguos,
para no pronunciar otra vez mis viejas palabras,
ni recoger con mis huesudos recuerdos
las migajas desvaídas de mis versos;

para no volverme a ver,
y poder ser fiel,
un solo instante,
a este temblor,
con las palabras de este momento.

III

Pero es inevitable volver la vista atrás:
el pasado nos acecha
como un animal herido
que se niega a morir.

Este temblor habitado,
esta fiebre sin país,
esta inquietante quietud
en este lado de la tierra,

antes del destino,
antes del verbo,
antes de mí,
mucho antes que mi palabra y mi voz.

IV

Versos fugados de cárceles y manicomios,
bajo el inmenso y estrellado cielo
tiembla la idea inacabada,
que nace condenada al olvido,

como todo lo que alguna vez creí
y que pronto también sabré enterrar sin duelo.

V

Estoy sentado escribiendo en mi mesa,
como una sentencia que vela mi cuerpo,
con los ojos abiertos
en una noche que posterga el sueño.

Mi lengua está mutilada,
solo repite estas palabras heridas,
y no consigue expulsar su dolor:

hay una pena más honda que la lengua,
una raíz enterrada en el silencio,
esa primitiva y primordial ausencia,
ese hueco que todos llevamos
y no sabemos mirar;

los hoyuelos donde se encierran nuestros ojos,
y sueñan con haber visto sin mirar,
el cautiverio que no podemos nombrar.

VI

Porque hay algo más profundo que la palabra:
la ausencia que se agazapa en nosotros,
y cuyo peso desborda incluso al alma.

VII

El cielo,
esa patria sin himnos ni límites,
sin gloria en esta hora,
oscurece su manto sobre mí;

y caen,
desentonados,
los versos que perdí:

mis libros,
mis cuadernos,
mis notas al borde del poema,
mi casa del sur,
mi jardín de infancia,
los veranos sin tiempo,
Whitman,
Ginsberg,
Vallejo…

VIII

Verso cuyo cuerpo es todo lo que se nos ha perdido
y que solo podemos invocar:

el regreso de las olas en el mar,
ese círculo suntuoso que pocos saben observar,
las ciudades que crucé,
las personas que me vieron
y me dejaron pasar en su mirada.

IX

Solo quiero un verso
en el que pueda arder,
para no regresar más,
y nunca más escribir,
y no intentar más decir lo indecible,

y repartir a todos
este pan negro de la ausencia,
como si fuese alimento
para la hambruna del alma:
trozos de desesperanza.

X

Nombrar sin palabras
lo que siento
y lo que no;
lo que otros callan
y que todos sabemos,
dentro del círculo del silencio
que todos temen:

el vacío.
La desesperanza.
La guerra que nos mastica.
El hombre sin luz ni brújula.

XI

Hace frío aquí.

Y borro mis antiguas notas,
como si al hacerlo redimiera al mundo,
como si ese gesto tuviera
una mínima importancia en la historia.

Mis viejas e irrelevantes notas,
a las que prometí regresar algún día,
a las que nunca más volví,
y que se fueron
como todos los que me esperaron,
creyendo que aún tenía algo que decir.

XII

He condenado a la desesperanza al otro que fui,
al que creyó en una elegía para el hombre nuevo,
ese otro que aún arde en las sombras del pasado,
como una lámpara encendida en un cuarto vacío.

A mi otra mitad.

XIII

Estoy condenado a mirar siempre hacia atrás:
hacia lo inefable,
hacia el viejo camino,
hacia los colores y la música,
hacia las mansiones suntuosas,
y las casas que guardaban sueños en sus vitrales,
las curvas imposibles de Gaudí,
y todas formas más allá del rectángulo,
formas que el hombre de hoy no sabe imaginar;
hacia los versos de Lorca
y de Rilke.

XIV

Ahí, detrás de nosotros,
la esperanza como un cadáver hermoso.
Frente a nosotros,
el cuerpo erosionado de la vieja desesperanza,
aún palpitante.

XV

Escribo mirando hacia atrás,
mientras la noche me arranca los ojos
y prosigue su viaje
sobre nuestros sueños
y desvelos.

Ya no necesito palabras,
ni usar lentes de sol,
solo quedarme ciego como ahora,
mientras arden las ciudades sagradas;
y volvemos,
una vez más,
la mirada hacia atrás,
como si allí
aún pudiera salvarnos algo.

  • Autor: Axioma (Seudónimo) (Online Online)
  • Publicado: 30 de junio de 2025 a las 16:07
  • Comentario del autor sobre el poema: A los poetas: los que escriben a oscuras, los que no volvieron a sus versos, los que aún buscan una palabra que salve. Imagen: imposible de rastrear.
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 4
  • Usuarios favoritos de este poema: Poesía Herética, EmilianoDR
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Comentarios +

Comentarios1

  • EmilianoDR

    Gracias Ricardo por la imagen y las letras de tu elegia.
    Saludos cordiales.



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