Cartografía del vértigo: El peso de los que no vuelan

Milber Fuentes

Gravedad de los otros

Desde niño,
me descubrí suspendido,
como si el aire supiera mi nombre
antes que yo.

No volaba:
era el vuelo.

Entonces vino ella
y le ofrecí
la mano sin duda.

Pero su miedo brotaba como hiedra
en torno a sus tobillos.
Y cuando rozábamos el cielo,
su cuerpo recordaba el peso —
el peso denso, húmedo,
del mundo.

Saltaba sobre sus propias sombras,
como quien recita una oración
para no creer en ella.
No quería mi altura:
quería que descendiera con ella.

Y descendí.
No por amor.
Por no deshabitarla.

Toqué fondo,
pero no temí.
Jamás.

Era luz,
incluso cuando los párpados del mundo
la repudiaban.

Ahora sé:
no quería hundirme.
Quería que atara mis alas
a su manera de ignorar el cielo.

Y no la culpo.
Hay quien necesita la tierra
como si fuera su religión.
Gente que no cree en el vértigo
porque nunca se asomó.

Yo no.
Mi mapa: el viento.
Mi fe: el vértigo.

No retengo el fuego
para que otros no ardan.
No dono mis días
al altar del miedo ajeno.

Volar —
es sencillo.

Lo complejo
es la gravedad de los otros:
sus excusas,
sus dogmas,
su nostalgia de piedra,
sus teorías
para explicar
que no saben flotar.

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