El alma que dejaste en mis umbrales
Trae tu sombra de mujer hasta mis brazos,
ese silencio tuyo que aún respira
bajo la corteza tibia del verano
y en las primeras hojas que se caen.
Ven sin decirme nada, como entonces,
con la herida del juego en las rodillas
y esa mirada honda, entre asombrada
y ausente, que olía a pan y viento.
He guardado tus pasos por los cuartos
que ya no tienen lámparas ni risas,
y sé que aún te duelen las palabras
que nunca supiste si decir o callar.
Acércate: vamos a ser nosotros
sin tiempo, sin relojes ni estaciones,
como se es cuando el mundo se adormece
bajo una luz que ha olvidado el día.
Dame tu pena antigua, que yo tengo
otra que le responde desde lejos,
de esos días que nunca sucedieron,
y pasan como trenes sin destino.
Haremos de los restos de la infancia
un ramo nuevo, de inviernos deshojados,
donde los nombres sean sólo ecos
y los abrazos, la única morada.
Y si alguna vez fuimos tan distintos,
ya no importa: el tiempo también yerra
cuando pretende, ciego, que el alma
se desgaste al compás de los relojes.
Verás cómo, al juntar nuestras nostalgias,
nace algo distinto, como un árbol
de hojas que ningún otoño alcanza,
con savia de memorias entrelazadas.
Reposa aquí tu antiguo desconcierto,
que todo lo que fuimos se haga ofrenda,
y que al final —sin miedo ni preguntas—tengan nuestras manos la respuesta.
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Autor:
William26🫶 (
Offline)
- Publicado: 13 de junio de 2025 a las 00:01
- CategorÃa: Amor
- Lecturas: 1
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