El sol

Wilgar

                       

Se levanta desde la oscuridad.

Alegre y sonriente, el sol comparte su brillo.

No se preocupa — todavía no conoce el atardecer —. 

 

Su color cambia poco a poco, 

y su calor despierta a la fría hierba, 

que agradecida  le muestra sus colores sin pudor.

 

Ya son las cinco, y miro su reflejo

 en el mar bañado de azul y plata.

 

Así, el mar mece al sol y parece que lo arrulla.

Ya casi dormido, el sol se funde con el atardecer

 y su luz, ahora tímida, se desvanece.

 

El sol, como un infante, se sonroja ante el horizonte. 

Entonces llega la noche, madre del atardecer,

 y le extiende sus brazos sin prisa. 

 

Y el sol ya dormido cae en su regazo.

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