Dicen mis pasos, ecos en la sala,
que mi atención se esparce cual moneda,
que cada gesto amable es una bala
de un arco que a mil dianas asedia.
Ignoran la memoria que me habita,
el faro extinto de una luz primera,
que aún gobierna la pupila infinita
y a toda sombra pasajera supera.
Regalo flores, sí, palabras suaves,
un eco de la gracia que me habita,
más no es la flecha de los juegos graves
que al corazón, con nombre, se acredita.
Es la costumbre antigua, el buen talante,
el gesto que la hiel del mundo esquiva,
un puente leve, sin amante constante,
sobre el abismo donde el alma viva.
¡Oh, paradoja cruel del alma errante!
Reparto luces buscando una aurora,
y en la pluralidad, constante y flagrante,
la singularidad aún me ignora.
Ironía sutil del peregrino,
que siembra afectos sin hallar su tierra,
creyendo acaso el corazón mezquino
que en cada dádiva su dueño yerra.
No ven la espera, la paciente sombra
del árbol que una vez dio fruto pleno,
y cómo el alma, aunque la vida asombra,
aquel sabor primero busca, pleno.
Así camino, entre la voz que acusa
y el silencio profundo que me vela,
buscando en rostros la olvidada musa,
sin que la cortesía mi anhelo revela.
Que sigan, pues, sus juicios presurosos,
ciegos al mapa de mi íntimo anhelo.
Mi cortesía son los ramos hermosos
que ofrezco al fantasma de aquel viejo cielo.
JTA.
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Autor:
jtaltuve (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 26 de abril de 2025 a las 19:33
- Comentario del autor sobre el poema: A ver, esta sensación... es como si mis gestos, mi manera de ser amable con la gente, se volvieran un arma en mi contra. "Mira a este, va de Don Juan", parece resonar en el aire. Y no entienden. No ven que esa apertura, esa cortesía que ofrezco, no es un anzuelo lanzado a cualquier corazón que pase. Es más bien un eco, una sombra de algo que viví. Hubo una luz, una conexión tan fuerte que aún hoy ilumina mi recuerdo. Y claro, cuando esa luz fue tan intensa, todo lo demás palidece un poco. No es que las demás personas no merezcan mi respeto o mi buen trato, al contrario. Pero mi atención profunda, esa que te roba el aliento, ya fue entregada una vez, y la busco, inconscientemente quizás, en cada rostro. Entonces, claro, doy flores metafóricas, comparto palabras amables. Es mi forma de ser, una manera de navegar por el mundo sin asperezas. Pero no es un cortejo, no es esa mirada intensa que busca una respuesta en el otro. Es más bien un gesto automático, como respirar. Y ahí está la ironía, ¿no? Intento ser un poco de luz en el día a día, y se interpreta como una búsqueda desesperada de afecto. ¡Qué paradoja! Reparto sonrisas buscando una que me devuelva aquella chispa única, y en esa pluralidad de gestos, se pierde la singularidad de mi anhelo. Es como si llevara una vieja melodía en la cabeza, y aunque toque otras canciones, siempre hay un acorde que me recuerda aquella primera. Y la gente escucha las nuevas melodías y piensa que estoy enamorado de todas ellas, sin entender que mi oído aún está afinado a un solo tono. Así camino. A veces, la acusación duele, otras veces simplemente me aísla en mi recuerdo. Busco en las miradas un reflejo de aquel fuego, sin que mi cortesía revele la verdadera brasa que aún arde dentro. Dejo que piensen lo que quieran. Mi amabilidad es la ofrenda que le sigo haciendo a esa memoria, a ese amor que marcó un antes y un después. Es mi manera de mantener viva una llama, aunque el mundo la confunda con fuegos fatuos. ¿Ves? Así lo siento yo. Es como si el poema fuera un espejo de esta confusión interna y externa. La idea surgió de esa frustración de ser malinterpretado, de la necesidad de explicar que la amabilidad no siempre esconde un cortejo, y que el recuerdo de un amor profundo puede moldear nuestras interacciones presentes de maneras que otros no alcanzan a comprender. JTA.
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 7
- Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez
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