Cum laude

Alberto Escobar

 

Dalí sueña su persistencia 
de la memoria desde Port Lligat.


El tiempo no se puede concebir,
sino el espacio. 
—dijo Dalí al respecto de su cuadro. 

 

Los relojes blandos de Dalí tiene un fondo azul porque reflejan el cielo, donde el sol se 
está poniendo, y el sol es movimiento frente a la inmovilidad de los relojes. La hora
que aparece marcada en ellos es fija, siempre la misma. 

 

 

 

Fue de madrugada,
esta madrugada. 
Al conjuro de la oscuridad
se me convocan unos relojes. 
La alarma debía sonar más tarde,
la manecilla de los minutos tocaba
las doce, y de paso, tocaba mi alma. 
Me levanté en sueños a beber agua,
la sequedad en el ambiente 
era densa, se cortaba con un cuchillo,
el verano hacía mis delicias, y el calor...
La alarma todavía dormía, el salón, silencio. 
El grifo sonaba al fluir un líquido incoloro,
un bebedizo que tiene la mala costumbre
de calmar la sed de aquel que lo ingesta,
del que osa introducirlo en sus adentros, 
y se calma, me calmo, voy al baño antes
de proseguir el sueño donde lo dejé, 
en el mismo momento de su hilo argumental. 
Reposo con ahínco la cabeza en la almohada,
le doy la vuelta porque está mojada y eso
me molesta para volver a conciliar, y sigo soñando. 
Solo uno de los relojes del lienzo está inhiesto,
el resto, deja caer su flacidez sobre una rama,
y su hora no se aprecia con claridad. 
Uno de los relojes, con su fondo azul cielo,
es recorrido por una legión de hormigas, símbolo
inequívoco del caos —lo inconmensurable del tiempo
en sociedad con la desorganización organizada 
de unas hormigas que parecen seguir un patrón 
individual cuando todo obedece a una convención. 
Se me viene de repente, en pleno REM, una mano,
una mano que es la mía expresando un arrebato,
una sinrazón que acaba con toda la relojería 
en el suelo, y un cielo que huye, que no quiere problemas. 
Esta sucesión de imágenes acaba convirtiéndose
en pesadilla y termina con una apertura unísona de ojos
contra la blancura insípida de la pared —parece que 
la mente dispone de sus automatismos para salvarse
de la quema justo antes de besar el fuego...
Con los ojos abiertos, analizando para matar el tiempo
los desconchones del techo y las manchas de humedad, 
espero que Morfeo venga a rescatarme de nuevo.
P.D. En esas estoy todavía, llevo dos horas mirando
al techo, me lo sé de memoria —si me hicieran un examen
sobre la morfología y la topología de la pintura de brocha 
gorda obtendría un sobresaliente cum laude. 

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